La frase griega “an-archon” o “ausencia de líderes” dió origen a la palabra “anarquía”. Sin embargo, para la mayoría de la gente “anarquía” significa caos, o desorden. Su razonamiento se basa en el supuesto de que sin líderes no puede existir civilización. Nuestro criterio es bien diferente. Tanto los líderes como los seguidores que los crean son los que nos están impidiendo alcanzar una verdadera civilización global. Piensen si no en lo que algunos de estos líderes han aportado a la humanidad. Hitler, Lenin, Stalin, Pol Pot, Kim Il Sung, Margaret Thatcher, Mao Tse Tung, Saddam Hussein – sería realmente criminal alegar que tales líderes le han traído algún beneficio a la especie humana, y sin embargo todavía el culto al liderazgo persiste obstinadamente. Cualquiera pudiera escribir una lista de “líderes malos”. Pero trate de escribir una lista de “líderes buenos” y vea a donde llega.
El mundo entero está obsesionado con los líderes y el liderazgo. En los anales del poder, los cargos por corrupción se suceden a los escándalos sexuales, y no parece importar cuántos líderes políticos, religiosos o de otro tipo sean desenmascarados como mentirosos o fraudulentos, nada parece hacer mella en la idea del liderazgo como un método práctico y fidedigno de organizar los asuntos humanos. Las evidencias bien pueden señalar lo contrario, los individuos en la vida real pueden ser corruptos a la máxima potencia, pero aún se considera que el principio del liderazgo es perfectamente válido. ¿Sucederá esto porque creemos que algunas personas, en su mayoría hombres, son simplemente superhumanos, o porque estamos sobreestimando a unos pocos y subestimando a muchos?
El personaje de historietas “Supermán” tiene que salvar a la raza humana tantas veces que seguramente ya debe estar muy aburrido con su trabajo. En la mayoría de filmes, libros e historietas de aventuras, uno o más hombres por lo general nos salvan a todos. Con esta trama cualquiera puede escribir un bestseller. Tenemos una obsesión con la figura del “héroe”, quizás conformada modernamente por las ideas Nietzscheanas de la perfectibilidad, pero que surgió originalmente en el vacío dejado por la muerte de viejos dioses y anticuadas religiones, y que ha sido justificada por la visión algo freudiana de la historia como la secuencia de biografías de los grandes líderes y señores. Todo esto continúa incidiendo en nuestro arte, nuestra imaginación y nuestra política. ¡Si tuviéramos a la persona acertada en el poder, todo sería mejor!
¿O no? En la naturaleza, cualquier especie que dependiera tan fuertemente de ciertos individuos “heroicos” para salvarla, no duraría ni un segundo. Los seres humanos somos demasiado ingeniosos y adaptables para caer en tal trampa; sin embargo, nos obligamos a olvidarnos de este hecho para poder persuadirnos a nosotros mismos de que necesitamos a los líderes.
Los humanos somos seres excepcionales. Nuestra propia diversidad como especie es la clave de nuestro éxito -si así se le puede llamar- al dominar a todas las otras especies. Tenemos el cerebro más complejo de toda la historia de la evolución de la naturaleza, y al intercambiar ideas por medio de nuestra diversidad colectiva (es decir, la sociedad) hemos multiplicado nuestra latente ingeniosidad a un nivel elevado. En uno o dos segundos geológicos, hemos descendido del árbol, nos hemos dado un nombre, aprendido a producir alimentos en abundancia y enviado naves espaciales a explorar nuestro sistema planetario.
No está nada mal para un mono poco prometedor y enclenque, calvo y sordo, con mala visión y sin sentido del olfato. A nadie se le hubiera ocurrido apostar por nosotros en la edad del Plioceno.
Ahora dominamos el mundo. ¿Pero estamos cuidándolo apropiadamente? Es obvio que no. El resto de las especies animales están a nuestra merced, y las estamos extinguiendo. ¿Y estamos conformes? No, no lo estamos. ¿Y podemos detener la destrucción de todo lo que nos rodea? No, no podemos. ¿Qué nos sucede?
La era de la post-escasez
Es que no podemos dejar el pasado atrás. Sí, es verdad que siempre hemos tenido que luchar muy duro para poder sobrevivir. Sí, es verdad que hemos sufrido el esclavismo de un tipo u otro, y sí, es verdad que hemos sido dominados por sacerdotes, reyes y presidentes durante toda nuestra historia escrita. Estamos en una nueva era ahora, la era de la post-escasez, y ya no necesitamos seguir luchando, pero todavía no nos hemos dado cuenta de ello. Todavía creemos que debemos dominarlo todo, incluyéndonos a nosotros mismos. Nuestros sistemas sociales, nuestra conducta, nuestras ideas se basan todos en la inevitabilidad de la competencia por las riquezas y el favoritismo, en la necesidad de tener líderes y seguidores. Todavía estamos hipnotizados por el fulgor histórico del poder y la dominación, embaucados por los suaves e insistentes tonos de nuestros líderes, que nos hacen creer que ellos y sus secuaces son tan inevitables como las estrellas en el cielo, que el liderazgo, y el poder detras de él, y la lucha por él, son tan naturales como el nacimiento de un niño, la actividad sexual o la muerte. Así es el mundo, dice la gente, incluso Darwin así lo dijo.
Pero él no dijo eso en realidad. No hay nada en el cerebro humano que lo predisponga a la sumisión. Como tampoco existe una glándula de “tengo que dominar”. Los intentos de algunos mal llamados Darwinistas sociales de justificar nuestra terrible opresión como algo natural y correcto, han sido desacreditados desde hace ya mucho tiempo, mientras que los intentos de algunos socio-biólogos de hacer exactamente lo mismo también han sido atacados severamente. Pensar, como hicieron los Darwinistas sociales, que la evolución es exclusivamente un proceso de competencia despiadada, significa ignorar las tácticas alternativas y cooperativas que la naturaleza también emplea, mientras que sugerir, como hacen los sociobiólogos, que nuestros genes bien pueden dictar nuestra conducta y por tanto, nuestra cultura (incluyendo la cultura del liderazgo) significa simplemente acomodarnos en un extremo de ese viejo balancín: el debate Naturaleza VS Educación, con la esperanza de que la persona sentada en el otro extremo se caiga.
Pero aunque no existe nada natural en nuestra condición social, tampoco existe nada antinatural. Mientras que la evolución provoca uno u otro grupo de patrones de conducta en otras especies, nosotros poseemos la capacidad, e incluso, la obligación, de hacer nuestros propios cambios conscientemente. En el pasado hemos cambiado suficientes veces de acuerdo a como lo han exigido las circunstancias. En esta nueva era de post-escacés, podemos y debemos adaptarnos nuevamente, esta vez en beneficio de todo el planeta.
Cada uno de nosotros puede ser nuestro propio líder. El mayor domino es aquel que se ejerce sobre uno mismo. Nuestro mundo capitalista, controlado por unos pocos ricos y sus peones, ha hecho todo lo posible para arrebatarnos las mismas cosas que nos hacen una especie tan excepcional -la iniciativa, la experimentación, la imaginación, la diversidad.
Pero la sociedad no nos puede aplastar, pues se está causando sus propias heridas. Los ricos necesitan que seamos inteligentes para poder hacer funcionar su sistema de acumulación de riquezas, pero tratan de mantenernos sometidos por medio de la intimidación y tratándonos como niños. Pero esto no funcionará eternamente, aun cuando parezca que esté funcionado en estos momentos.
Los líderes a quienes se nos pide que apoyemos, y a veces elijamos, no son más que un mito, creado y mantenido por los propios líderes. Son un mal ejemplo de honestidad, integridad, e incluso de humanidad. No les interesa la verdad, la justicia ni ninguno de los grandilocuentes principios de los que alardean. Ellos existen, han existido, y existirán siempre, con un solo objetivo: engordar sus bolsillos y vaciar los nuestros. Son parásitos del cuerpo social, indeseables, innecesarios y destructivos. Seguir a los líderes significa entregar vuestro corazón en bandeja de plata, con cuchillo y tenedor incluidos. Es una admisión de derrota, la aceptación de que sois unos inadecuados. Es un acto de sumisión y de hecho, un acto de cobardía, poco digno del ser humano.
El negarse a seguir a los líderes es un acto liberador, un paso que todavía la clase obrera no ha tomado. Cuando nos demos cuenta de que el mundo de la post-escasez puede funcionar eficaz y sanamente por medio de la cooperación democrática, de que nuestras vidas serían mucho mejores sin los estados, gobiernos, la policía y todas las trampas del liderazgo, entonces estaremos en condiciones de dar ese paso colectivamente. Y entonces presenciaremos una revolución sin precedentes en la historia.
El Partido Socialista no tiene líderes, ni de palabra ni de hecho. Ni el socialismo ni nosotros funcionaría de esa forma. Todas las decisiones se toman con un voto común, toda la administración es legítima y abierta a inspecciones, y todo trabajo es voluntario. Ninguno de nosotros es perfecto, y por eso la democracia funciona mejor que el liderazgo. Los errores de una persona no constituyen desastres para la mayoría. Los intereses personales no cuentan. No existe el poder. Los socialistas son sus propios líderes, y no siguen a nadie excepto a sí mismos.
El Socialismo -la propiedad común en una democracia global y sin líderes- no podría funcionar con personas que no desean o no pueden pensar por sí mismas, que no son capaces de aceptar responsabilidades, o de cooperar, pero afortunadamente no tiene que hacerlo. Los seres humanos están por encima de eso. Podemos pensar, y podemos cooperar, y no necesitamos que los fanáticos de la Derecha nos digan que no valemos nada, como tampoco necesitamos que nos rescate una “heroica” y poco confiable vanguardia de Izquierda.
En el “Hamlet” de Shakespeare, Polonio le aconseja a Laertes: “No pidas prestado ni prestes.” Los socialistas, al tener que cargar con el sistema monetario de todas formas, ofrecerían en su lugar el siguiente mandamiento: “No seáis ni líderes ni seguidores”. Así que la próxima vez que os pidan votar por un líder, haceos un gran favor. No votéis.