Fuente:
Rubel preparó originalmente su “Gesichtspunkte zum thema ‘Engels
als Begründer’” como artículo en alemán para la
“Internationale wissenschaftliche Engels-Konferenz” de mayo de
1970 en Wuppertal, pero lo publicó primero en francés en 1972 como
“La Légende de Marx ou Engels foundateur” in Études de
Marxology, Série S, No. 5. Socialisme: Science et Ethique. Esta
versión fue traducida del francés por Rob Lucas para “Marx Myths
and Legends” y está cubierto por la Creative Commons
Attribution-NonComercial-NonDerivatives Licence 2.0.
Nota del
autor
En mayo de 1970, con ocasión del CL aniversario del
nacimiento de Friedrich Engels, el pueblo de Wuppertal organizó una
conferencia científica internacional. Se reunieron en ella 50
especialistas de más de diez países europeos, así como de Israel y
Estados Unidos. Se entregaron a la tarea de valorar la investigación
moderna del personaje que, junto con su amigo Karl Marx, es
considerado uno de los fundadores del “Marxismo”. Invitado a
participar en esta conferencia, traté de remitir como texto para la
discusión una serie de tesis críticas centradas en la
responsabilidad de Engels para la fundamentación de la ideología
dominante del siglo XX, el ‘Marxismo’. Me pareció normal y
urgente compartir mis reservas críticas, en el contexto de una
reunión más “científica” que conmemorativa, ante un público
informado de los problemas de la evolución de las ideas en relación
con los sucesos y movimientos insurgentes que han marcado al siglo
XX. Por tanto, presenté a los organizadores un documento de ocho
puntos, escrito en alemán, que había titulado “Gesichtspunkte sum
thema ‘Engels als Begründer’”.
Para mi sorpresa, a
mi llegada a Wuppertal, fui recibido por los funcionarios
organizadores de la conferencia, quienes me informaron que se
encontraban en un predicamento: mis colegas soviéticos y de Alemania
Oriental, que se habían sentido ofendidos personalmente al leer mis
“Puntos de vista”, estaban amenazando con abandonar la
conferencia ¡si mi contribución no era retirada del debate! Después
de laboriosas negociaciones llegamos a un acuerdo sobre una fórmula
que al parecer calmaría la irritación de estos representantes
“científicos” de los países “socialistas”: los textos no
serían leídos desde la plataforma, sino meramente comentados y
discutidos. Sería tentador referir los detalles del debate si las
objeciones hubieran ameritado el calificativo de “científicas”,
y si el comportamiento de ciertos participantes no se hubiera
traducido en una negativa clara a entrar en una discusión que
amenazaba con poner en tela de juicio el alcance de las posiciones
del “marxismo-leninismo”. Al mismo tiempo, esta negativa
obstinada si no insultante, fue suficiente para confirmar a los ojos
del observador imparcial la crítica fundamental que puede hacerse de
este concepto de “Marxismo”, el uso erróneo del cual era
precisamente lo que denunciaba en mis “Puntos de vista”.1
El epílogo de esta conferencia fue hacer destacar la sólida
fundamentación de una crítica que, en la forma de una simple
reflexión semántica, de hecho representaba una defensa de la teoría
social de Marx en oposición a la mitología marxista. Como se
desenvolvieron las cosas, los organizadores no tuvieron miedo de
evitar las reglas elementales de la política editorial respetada
generalmente en las democracias “burguesas”: el texto (remitido a
solicitud de los funcionarios) no fue incluido en el volumen de las
contribuciones coleccionadas que fueron remitidas antes de la
conferencia2. Habent sua fata libelliz3 [Pro captu lectoris habent
sua fata libelli: Según la capacidad del lector, los libros tienen
su destino. (T.)]
Presentamos aquí una traducción del
texto rechazado por la conferencia de Wuppertal, con algunos
comentarios aclaratorios.
Puntos de vista sobre el tema de
“Engels el Fundador”
Para el triunfo final de las
ideas expuestas en el Manifiesto, Marx confió solamente en el
desarrollo intelectual de la clase obrera, como necesariamente tenía
que acontecer de la acción y la discusión unidas.
F.
Engels, Prefacio a la edición alemana, de 1890, del Manifiesto
comunista
I
El
marxismo no entró al mundo como producto auténtico de la manera de
pensar de Karl Marx, sino que fue concebido en la mente de Friedrich
Engels. En la medida en que el término ‘marxismo’ encubre un
concepto racional, no es Marx sino Engels quien lleva la
responsabilidad, y si hoy el argumento de Marx retiene la prioridad,
está relacionado principalmente con problemas para los cuales Engels
no encontró más que una solución parcial, o de los cuales no se
ocupó. Por tanto, si es que se pueden resolver estos problemas, sólo
podrá hacerse con la ayuda del propio Marx. Esto no significa de
ningún modo que deba excluirse a Engels de la discusión, sino que
es legítimo poner en tela de juicio la medida en que él debe
tomarse en cuenta en cualesquiera tratos con los escritos de Marx que
escaparon a su atención. En términos más generales la interrogante
puede formularse así: ¿cuáles son los límites de la competencia
de Engels en su papel como el incuestionable ejecutor del legado
intelectual de Marx, al cual seguimos recurriendo para dilucidar los
problemas materiales y éticos de nuestro tiempo?
II
Esta
interrogación debe examinar un problema central: el de la relación
intelectual entre Marx y Engels, “fundadores” de una colección
de conceptos ideológicos y políticos agrupados artificialmente bajo
el nombre de ‘marxismo’. El hecho de que deba hacerse esta
pregunta revela un fenómeno característico de nuestra época, que
podría llamarse ahora “el mito del siglo XX”. Debiéramos
recordar que los “fundadores” evocaron en ocasiones la
interpretación mitológica para poner de relieve el carácter
peculiar de su amistad y colaboración intelectual. Marx no lo hacía
con ironía cuando invocaba el ejemplo de los “Dioscuros” o el de
Orestes y Pílades, mientras Engels se mofaba del rumor según el
cual “Ahriman-Marx” había guiado al descarriado
“Ormuzd-Engels”4. Hay igualmente una tendencia opuesta, con
esfuerzos cada vez más crecientes de oponer Marx a Engels: el
primero sería el ‘verdadero’ fundador, y el segundo quedaría
reducido al rango de mero ‘pseudo-dialéctico’5.
III
Cualquier
investigación en la relación entre Marx y Engels está destinada de
antemano a fracasar si no se empieza por hacer a un lado la leyenda
de la ‘fundación’ y no se toma como punto de partida
metodológico la aporía del concepto de Marxismo. Se le acredita a
Karl Korsch, que hace veinte años, en el umbral de una revisión
radical de sus posiciones intelectuales, el haber intentado realizar
una crítica del marxismo que equivalía a una declaración de
guerra. Sin embargo, Korsch sencillamente no se atrevió a cometer el
acto de eliminar el concepto de Marxismo y sus residuos mitológicos.
Lejos de eso, trató de remontar esta dificultad usando artificios
lingüísticos destinados a conservar y salvar los “elementos
importantes de la doctrina Marxista” con miras a la “reconstrucción
de una teoría y una práctica revolucionarias”. En sus “Ten
Theses on Marxism Today” (“Diez tesis sobre el marxismo actual”)
Korsch pasa indiscriminadamente de hablar de la “enseñanza de Marx
y de Engels” a la “doctrina Marxista”, o a la “doctrina de
Marx”, o al “Marxismo”, y así sucesivamente6. En la quinta
tesis, relativa al asunto de los precursores, fundadores y
continuadores del movimiento socialista, Korsch llega incluso a
omitir el nombre de Engel, ¡el alter ego de Marx! Sin embargo, no
andaba lejos de la verdad cuando escribió:
“Hoy, todos
los intentos por re-establecer la doctrina Marxista en su conjunto y
en su función original de teoría de la revolución social de las
clases trabajadoras son utopías reaccionarias”.
Korsch
bien pudo haber hablado, y con más exactitud, de las “absurdas
mitologías” en lugar de “utopías reaccionarias”.
IV
En
vista de la imposibilidad de definir racionalmente el significado del
concepto de Marxismo, parece lógico abandonar la palabra misma, no
importa cuán común y universalmente sea empleada. Este término,
degradado hasta el punto de ser una consigna mistificadora, llevó
desde su nacimiento el estigma del oscurantismo. Marx se esforzó por
deshacer esto cuando, en los últimos años de su vida, su reputación
había roto el muro de silencio erigido en torno de su obra, y
efectuó esta declaración categórica: “ce qu’il y a de certain
c’est que moi, je ne suis pas Marxiste”7 (“lo cierto es que yo
no soy marxista”). Por revelador que sea, el hecho de que Engels
haya legado esta advertencia a la posteridad no lo releva de la
responsabilidad de haber caído en la tentación de prestar el sello
de su autoridad a este término injustificable. Bajo la carga de ser
el guardián y el perpetuador de una teoría, en cuya elaboración
admitió no haber contribuido sino en modesta parte8, y glorificando
el nombre de Marx en un intento por reparar el daño, Engels
inadvertidamente promovió la génesis de una superstición, cuyas
consecuencias negativas él no pudo haber conocido. Hoy, a sesenta
años de su muerte, sus esfuerzos son perfectamente claros. Cuando
Engel decidió apropiarse los términos ‘marxista’ y ‘marxismo’
de sus adversarios para cambiar un nombre hostil en un nombre de
honor, muy difícilmente pudo haber esperado que, mediante este gesto
de desafío (¿o de resignación?), se habría convertido en el
padrino de una mitología destinada a dominar el siglo XX.
V
Se
puede seguir el rastro de la génesis del mito marxista hasta los
conflictos dentro de la Internacional. La necesidad de arrojar el
abuso al oponente y sus partidistas hizo a los “anti-autoritarios”,
con Bakunin a la cabeza, lo suficientemente inventivos como para
crear términos tales como ‘marxitas’, ‘marxistas’ y
‘marxismo’. Poco a poco en los discípulos de Marx en Francia se
fue desarrollando el hábito de aceptar estas denominaciones que
ellos no había creado y que los destinaron a ser distinguidos de las
otras facciones socialistas, de modo que finalmente estos términos
se volvieron etiquetas políticas e ideológicas. De ahí en adelante
sólo la autoridad de Engels fue necesaria para sancionar el uso de
estos términos, cuya ambigüedad tal vez no era evidente para
quienes los usaban. Engels fue hostil a su uso desde el principio;
sabía mejor que nadie que corría el riesgo de corromper la
significación profunda de una enseñanza que se debía haber
considerado la expresión teórica de un movimiento social y de
ninguna manera una doctrina inventada por un individuo para beneficio
de una élite intelectual. Su resistencia no menguó hasta que, en
1889, el disenso entre, por un lado los ‘posibilistas’, los
‘blanquistas’ y los ‘broussistas’, y por el otro los
‘colectivistas’ y los ‘guesdistes’ amenazaron con causar una
ruptura en el movimiento en Francia, amenazaron con causar una
ruptura en el movimiento en Francia, a resultas de la cual cada
facción decidiría organizar su propio Congreso Internacional de
Trabajadores. Es obvio el predicamento de Engels; él trató de
evitar el peligro de confusión y de corrupción verbal e ideológica
usando comas invertidas para hablar de “Marxistas” y de
“Marxismo”, y aludiendo a “los llamados Marxistas”. Cuando
Paul Lafargue expresó su aprehensión al ver que su grupo pasaba por
una “facción” entre los demás del Movimiento de los
Trabajadores, Engels replicó que “nosotros nunca los hemos llamado
a ustedes de otro modo que ‘los llamados Marxistas’ y yo no sé
de que obra manera llamarles. Si tienen ustedes otro nombre tan
breve, dígannoslo y nosotros los llamaremos así cumplidamente y con
placer”9.
VI
Si
Nietzsche publicó Ecce Homo por temor a que un día sus discípulos
lo canonizaran por algo que él no deseaba, la misma precaución no
pareció necesaria en el caso de Marx, aunque el no había escrito ni
publicado más que un fragmento de su obra proyectada. Sin embargo,
el material impreso y el no publicado que había heredado a la
posteridad equivalía a una prohibición formal y rigurosa en contra
de ligar su nombre a la causa por la que él había luchado, y a una
enseñanza que, como él creía, le había sido encargada por la masa
anónima del proletariado moderno. Si Engels hubiera respetado esta
prohibición como albacea de Marx, y hubiera aplicado su veto al
abusivo término, el escándalo universal del ‘marxismo’ nunca
habría visto la luz del día, pero Engels cometió el imperdonable
error de apoyar este abuso, y adquirió así el dudoso honor de ser
el primer ‘Marxista’. Es tentador ver como castigo del destino
que, creyéndose heredero, en realidad fue el fundador—aunque
involuntariamente—del ‘Marxismo’. La “ironía de la historia”
a la que Engels le gustaba invocar le había puesto una cruel trampa.
Fue así como se convirtió en profeta a pesar de sí mismo cuando al
cumplir setenta años pronunció las compungidas palabras “Mi
destino dispuso que yo cosechara el honor y la gloria sembrada por un
hombre más grande que yo, Karl Marx”10. En su CL aniversario
debemos reconocer en Engels el discutible mérito y el más dudoso
título de ‘fundador del Marxismo’.
VII
En
la historia del marxismo y el culto a Marx, Engels está en primer
plano. Estamos familiarizados con los aspectos humano y
cuasi-religioso de su amistad, lo cual no exige análisis particular.
Por otro lado, lo que necesita ser examinado íntegramente es el
efecto de la amistad tanto sobre el propio Marx como sobre sus
epígonos y sus discípulos distantes. Siempre listo para actuar como
pionero de las teorías de Marx, Engels expresó muchas ideas que
Marx no pudo, desde luego, aceptar sin crítica; el silencio de Marx
puede explicarse por el deseo de respetar escrupulosamente la
solidaridad que tenía para con su amigo. No podemos confirmar el
grado en que debió identificarse con todo lo que Engels dijo o
escribió, pero este es problema secundario, considerando su
admiración reconocida por las dotes intelectuales de su amigo:
después de todo, él se consideró a sí mismo discípulo de
Engels11. Eso que Marx no se permitió a sí mismo se ha vuelto hoy
un deber estricto: debemos romper el encanto fascinador de esta
leyenda y determinar el lugar de la obra de Engels en el desarrollo
de la herencia intelectual del socialismo, en relación con el
destino del movimiento de los trabajadores.
VIII
Solo
entendiendo que Engels tuvo las facultades de un fundador podrá uno
captar las razones que tuvo para cumplir con los deberes de editor y
perpetuador de los manuscritos de Marx de modo tal que, hoy más que
nunca, demanda cierta crítica12. Los escritos de Marx a los que
Engels no hizo caso (entre otros los trabajos preliminares de su
tesis doctoral, el manuscrito anti-hegeliano de Kreuznach, los
bosquejos económico-filosóficos de París y de Bruselas, los
Manuscritos Económicos de 1857-1858 (The Grundrisse), los numerosos
cuadernos y la correspondencia con terceras partes) no sólo colocan
al investigador y al especialista ante problemas de interpretación
completamente nuevos; también erigieron nuevas categorías y crearon
nuevas generaciones de lectores que no quedaron satisfechos con la
fraseología estereotipada de los Marxistas profesionales. El
imperativo real es el de entender un mundo y vivir y actuar en una
época en que la ideología, mecanización y manipulación de la
conciencia son aliados de la violencia pura, para cambiar el mundo en
un valle de lágrimas.
§
Las
tesis esbozadas aquí constituyen la introducción a un debate cuyo
tema esencial debe ser el problema del Marxismo como la mitología de
nuestra era. La cuestión de la medida en que puede hacerse
responsable a Engels de la génesis de esta superstición universal
es secundaria en el grado en que podemos afirmar, si reconocemos la
enseñanza de Marx ‘el materialista, que las ideologías—entre
las cuales debe colocarse el marxismo y sus variantes—no caen del
cielo, sino que están enlazadas esencialmente a los intereses de
clase que son al mismo tiempo los intereses del poder. Basta para
reconocer en Engels al heredero legítimo del pensamiento de Marx
denunciar en su nombre y en su honor, el ‘Marxismo’ establecido
como una escuela de confusión y caminos descarriados para nuestra
edad de hierro.
M. Rubel, 1972