La historia del siglo XX en la Gran Bretaña es de ganancias relativamente pequeñas para las mujeres en algunas áreas de la vida social y económica, logradas a un costo enorme para las mujeres que han librado la lucha. ¿Por qué? Un examen del movimiento feminista mostrará que el fracaso de las feministas en obtener una liberación real y duradera es resultado directo de fallas en sus análisis de la opresión que sufren las mujeres.
Hoy, en el movimiento feminista, hay tres o más claras tendencias: el feminismo liberal, el feminismo radical y el feminismo socialista, a las que seguidamente pasaremos revista.
Feminismo liberal
El objetivo de las feministas liberales es mejorar lo que ya existe, en vez de tratar de transformar radicalmente a la sociedad. Detrás de este objetivo está la creencia de que las reformas progresistas pueden conducir a la igualdad real y significativa de las mujeres sin necesidad de un cambio revolucionario. Los papeles según el sexo, se argumenta, son construidos y enseñados socialmente—por medio de instituciones sociales como la familia, el sistema educativo y los medios de difusión; por lo tanto, es posible cambiarlos. No se ve la desigualdad sexual como resultado inevitable de las diferencias biológicas o de un particular sistema social, lo cual significa que pueden ser vencidas, al decir de las feministas liberales cambiando las formas en que las personas aprenden a tratarse unas a otras y eliminando las prácticas discriminatorias mediante leyes al efecto. La meta del feminismo liberal es, por tanto, una distribución más igualitaria de los bienes sociales y económicos—posición social, poder, riqueza, etc.—entre los sexos.
John Stuart Mill y Harrie Taylor Mill, en sus escritos de fines del siglo XIX se anticiparon a buena parte del pensamiento feminista liberal de hoy en día en su obra sobre las mujeres. El análisis de los Mill es limitado porque aunque describen muy lúcidamente la opresión de la mujer, no consiguen ofrecer una explicación convincente de por qué es que los hombres están en posición de imponer su voluntad a las mujeres o por qué en general las mujeres aceptan tal estado de cosas.
Para J. S. Mill las mujeres estaban sometidas a los hombres desde los más remotos tiempos por su relativa debilidad física: la fuerza era el elemento dominante en las sociedades primitivas y con la civilización sólo se ha obtenido el reemplazo de la fuerza física por los sentimientos morales como medio de control social. En cierto punto de la historia, cuando la humanidad fue capaz de concebir una “elevada moralidad”, las relaciones desiguales entre hombres y mujeres, prosigue Mill, quedaron como un vestigio de los tiempos primitivos. Este análisis permitió a los Mill exponer un programa para la emancipación femenina que requería de cambios sólo en las esferas legal, política y cultural. En consecuencia, la estructura de clases existente seguiría tal cual, sin cambio alguno, salvo que dentro de una clase dada habría mayor igualdad entre los sexos. Además, los Mill no estaban a favor de que las mujeres, en la práctica, tuvieran acceso a todas las ramas de la actividad masculina. Argumentaron que todos debían tener derecho a trabajar, pero creían que mientras las mujeres poseyeran ciertos derechos legales, como el derecho a divorciarse, la desobediencia marital, la custodia de los hijos, propiedades, etc., posiblemente preferirían no trabajar ya que preferirían dedicarse a la procreación (única ocupación en que las mujeres tenían el monopolio) y a la crianza de los hijos (que, se infería, era misión necesariamente femenina). Los Mill pasaron por alto el hecho de que en la época de sus escritos muchas mujeres se veían forzadas a salir a trabajar por necesidad económica, y que el trabajo de ninguna manera significaba liberación o emancipación sino más bien el camino al agotamiento, a la pérdida de la salud y a la muerte prematura. Cuando Harriet-Taylor Mill escribió:
El poder de devengar un salario es esencial para la dignidad de la mujer en caso de que carezca de propiedad personal (The Subjection of Women and the Emancipation of Women [El sometimiento y la emancipación de las mujeres], Virago, 1983, p. 89),
se estaba dirigiendo a una ínfima minoría de mujeres a las que ella se imaginaba como profesionistas, y no a aquéllas que se habían visto obligadas a vender su fuerza de trabajo a los propietarios de las fábricas en general y a las de hilados y tejidos movidas por una clase de trabajo que sólo puede calificarse de esclavo, a cambio de salarios insignificantes para no hablar de la pérdida de la dignidad.
Los argumentos de los Mill a favor de la emancipación fueron en esencia morales: la sociedad había llegado a un punto en que era tan irracional como inaceptable considerar a las mujeres como seres inferiores y esto debía reconocerse garantizándoles plena igualdad jurídica y política ante los hombres. El motor que impulsaría el cambio consistiría en despertar la intuición moral de la gente y un proceso de reeducación moral por el que el pueblo terminaría por entender que las mujeres tienen igual derecho a desempeñar cualesquiera actividades que condujesen a su realización personal. Tales prescripciones no representan un ataque fundamental a las relaciones de propiedad o las estructuras económicas imperantes, que quedarían intactas. Fue esta clase de liberalismo lo que constituyó la parte principal del fundamento teórico del movimiento sufragista femenino tanto en la Gran Bretaña como en Estados Unidos.
Sin embargo, dentro del pensamiento liberal hubo un amplio espectro, que varió desde los que limitaban sus demandas a la igualdad de derechos políticos, hasta los que veían en éstos solo una parte de un programa más amplio para la emancipación de la mujer, en el cual incluían también la libertad de las restricciones del matrimonio y el código sexual prevaleciente. Y dentro del movimiento de las mujeres por el derecho al voto hubo, se dice, además del elemento liberal que basaba sus razonamientos en las ideas de justicia e igualdad, un elemento que cifraba sus argumentos en la viabilidad, lo cual se reducía q que las mujeres eran diferentes de los hombres. Como madres representaban la custodia de la paz y el ambiente hogareño, y estas cualidades femeninas “naturales” podían ejercer una influencia benéfica sobre la vida pública y el gobierno, en especial porque mucho de lo que antes se hacía dentro de casa ahora podría hacerse fuera de la esfera doméstica. Así, por ejemplo, en la Gran Bretaña, la Liga Pro Trabajo Femenino (fundada en 1906 para representar a las mujeres en el Parlamento en relación con el Partido Laborista) fue descrita como “una organización para infundir en la política el espíritu materno”. (Esta idea no ha sido eliminada hasta la fecha del pensamiento de algunas feministas contemporáneas, tales como algunas de las mujeres que protestaron en la base aérea de Greenham Common, que reclamaron para la mujer el monopolio de las cualidades pacíficas.)
Mientras continuaba la lucha de las mujeres por el voto en la Gran Bretaña, 1903 vio el nacimiento de una organización nueva y más activista, la Unión Social y Política de Mujeres, USPM (Women’s Social and Political Union: WSPU), de Mrs Pankhurst que buscaba centrar la atención en el objetivo único de “el voto para las mujeres”. Sin embargo, ni las actividades de incluso las sufragistas más animosas ni el tratamiento ultrajante que recibieron de las autoridades bastaron para conquistar ese objetivo. No fue sino hasta fines de la Primera Guerra Mundial, que permitió los cambios de papeles para muchas mujeres que fueron movilizadas para contribuir al “esfuerzo de la guerra”, que el gobierno les concedió el derecho a votar, primero a las mujeres mayores de 30 años de edad en 1918 (y a todos los hombres de más de 21 años en la misma legislación) y, por último, a todas las mujeres de más de 21 años en 1928.
Sin embargo, la emancipación política no trajo consigo la liberación de las mujeres. La revitalización del movimiento por la libertad femenina en los años sesenta y setentas dio lugar a una nueva lista de demandas, formuladas en las sucesivas Conferencias Nacionales Británicas Pro Liberación de la Mujer realizadas en 1978. Las demandas fueron las siguientes:
1. Igual salario por igual trabajo.
2. Iguales oportunidades e igual educación.
3. Libertad de anticoncepción y aborto a solicitud.
4. Cuidado gratuito de los niños controlado por la comunidad.
5. Independencia jurídica y financiera para todas las mujeres.
6. Fin de la discriminación contra las lesbianas.
7. Para todas las mujeres libertad contra la intimidación mediante la amenaza o por el uso de la violencia o la coerción sexual, independientemente del estatus marital. Abolición de todas las leyes, suposiciones e instituciones que perpetuaban el predominio del hombre y la agresión de los hombres contra las mujeres.
Como se sugirió en el capítulo anterior, se había hecho cierto progreso hacia la consecución de estos objetivos. ¿Pero qué sucedería si se llegaran a alcanzar todos ellos? ¿Cómo sería la nueva sociedad “no sexista”?
i) Igual salario por igual trabajo
De lograrse íntegramente este objetivo, implicaría que los patrones ya no podrían pagar a las mujeres menos dinero por trabajo de igual valor por la mera razón de ser mujeres. Tampoco sería posible definir algunos trabajos como “trabajo de mujeres” para justificar el pago de salarios menores. Lo que no implicaría es que los ingresos de todos serían igualados. Tampoco afectaría las ostensivas disparidades de riqueza que existen entre los propietarios y el resto de nosotros, que tiene que trabajar para ganarse la vida: la clase laboral. Continuaría la explotación de ésta aun cuando para algunos trabajadores, en este caso las mujeres, las condiciones mejoraran un poco. La dinámica del capitalismo es tal que los capitalistas individuales son forzados constantemente a reducir sus costos de producción para mantener su cuota del mercado. Así, con la mejor voluntad del mundo, si fueran obligados a poner en ejecución una legislación que prescribiera salarios iguales, buscarían otras maneras de reducir los costos, por ejemplo, aumentando la velocidad de las máquinas, o introduciendo nueva tecnología.
ii) Iguales oportunidades e igual educación
Las consecuencias de la puesta en práctica de esta demanda sería que habría más mujeres en puestos alta categoría: abogadas, médicas, científicas, profesoras universitarias; y sería más probable que las mujeres ingresaran en campos tradicionalmente masculinos, como el de la ciencia, la ingeniería y otros de índole técnica. También significaría que a las mujeres ya no se les negaría la oportunidad igual de competir con los hombres en el trabajo de minería, barrer calles, pelear en la guerra o hacer cola con los hombres para cobrar el seguro de desempleo. Oportunidades iguales e igual educación no significan en el capitalismo igualdad absoluta en toda la sociedad. Mientras tengamos capitalismo, tendremos dos clases en la sociedad, la de los trabajadores y la de los capitalistas, y mientras haya dos clases habrá desigualdad, aun cuando dentro de la clase obrera hubiera mayor igualdad. Oportunidades iguales no significan más oportunidades; sólo significan el mismo número pero distribuido más equitativamente. ¿Qué habrá cambiado en las vidas de la mayoría de los hombres y las mujeres obreros si una mujer es la propietaria de la fábrica o empresa y a ella se vende la fuerza de trabajo en lugar de a un hombre? ¿Por qué será mejor la sociedad si los obreros y las obreras compiten entre sí, sobre cualquier base igualitaria, para vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario o un sueldo, y si todos seguimos excluidos de compartir la riqueza que la sociedad podría producir de no estar gobernada la producción por el incentivo de la ganancia? ¿Por qué será mejor que una mujer ocupe el sitial del juez para juzgarnos por quebrantar las leyes del capitalismo; o si es una mujer la que actúa en el Parlamento como nuestro “representante” que contribuye a aprobar las leyes que afectan significativamente nuestras vidas pero sobre quien no tenemos ningún control; o que sea una mujer la que diseñe y construya las armas que se usan para matar a nuestros camaradas obreros en defensa del capitalismo? En el capitalismo la igualdad de oportunidades sólo puede significar un sistema de distribución de bienes escasos; lo cual no significa oportunidades iguales para que todo individuo, independientemente de su sexo, realice su propio potencial.
iii) Libertad de anticoncepción y aborto a solicitud
Es innegable que el contexto social y económico prevaleciente las decisiones de las mujeres de tener o no tener hijos suelen ser afectadas por consideraciones materiales. ¿Tendré con qué darle a mi hijo una vida decente? ¿Tener un hijo implicará que deba renunciar a mi trabajo? Las presiones culturales y sociales también son importantes: por ejemplo, la idea de que a menos que tengan hijos las mujeres no se realizan plenamente o no cumplen con su papel femenino? Las feministas creen que la libertad de elección de las mujeres mejorará enormemente si pueden determinar más exactamente cuándo y si tendrán hijos sabiendo que existen medios eficaces de anticoncepción y la posibilidad de abortar autónomamente. Tal vez así sea, pero ello no afectará las presiones sociales, culturales y económicas que influyen en las decisiones que tienen que tomar las mujeres. Vale la pena tener en mente que el capitalismo necesita niños, que son la generación siguiente de obreros. Es posible que en el futuro un número importante de mujeres del mundo “desarrollado” decida que son extremadamente grandes los riesgos, las responsabilidades y los costos personales que implica tener hijos. Pero, como veremos en el capítulo siguiente, cuando consideremos el caso de Rusia, no se permitirá que tal tendencia prospere ya que amenaza las necesidades del capital.
iv) Cuidado gratuito de los niños controlado por la comunidad
Esta demanda se enlaza claramente con la anterior. La impulsa principalmente el deseo de la mujer de verse libre cuando menos de las cargas del cuidado de los hijos de modo que puedan ellas tener más libertad para competir en el mercado de trabajo. De nuevo es importante resaltar que lo que se persigue no es la plena emancipación humana, sino tan sólo romper las cadenas de la maternidad para aceptar las de la esclavitud salarial. ¿Es en realidad más liberador trabajar ocho horas al día por un sueldo o salario en una oficina o una fábrica, que pasar la jornada con niños pequeños y ejecutando labores domésticas? Desde luego, se puede argumentar que en realidad es un problema de libertad de elección: esto es, la libertad de escoger si pasar el tiempo cuidando a los hijos o vendiendo nuestra fuerza de trabajo. Pero, en primer lugar, la mayoría de los hombres no tienen esta opción en grado mayor que las mujeres y, en segundo lugar, qué clase de elección es cuando las únicas dos posibilidades son si mejorar nuestro nivel de vida y posiblemente la posición personal, yendo a trabajar para ganar dinero o pasar el tiempo en casa, con o sin hijos, pero sin dinero para pagar la clase de actividades que harían más satisfactorio ese tiempo. Para la mayoría de la gente la mayor parte del tiempo, simplemente no hay elección posible: la clase obrera, hombres y mujeres, tienen que salir a trabajar, no porque encuentren sus trabajos más o menos satisfactorios o disfrutables que cualquier otra actividad que pudieran realizar, sino porque tienen que hacerlo para proveerse a sí mismos y a sus familias el sustento diario. La provisión del mejor cuidado de los hijos facilita un poco este proceso a los trabajadores beneficiados, pero no elimina la necesidad de salir a vender su fuerza de trabajo.
v) Independencia jurídica y financiera para todas las mujeres
Cierto que la ley tal y como existe contiene muchos artículos que fijan la posición de las mujeres como seres dependientes. Las mujeres casadas, por ejemplo, no pueden pedir por derecho propio los beneficios de la seguridad social; sus esposos, que son sus proveedores legales, son quienes deben reclamarlos. Las leyes fiscales tratan también a las mujeres como dependientes de los hombres. Sin embargo, estas leyes están siendo cambiadas y no sería raro que dentro de poco tales anacronismos desaparecieran. ¿Pero tal “independencia” jurídica y financiera significaría que las mujeres habrían alcanzado la liberación? Significaría liberación en el sentido de que formalmente las mujeres tendrían una posición igual a la de los hombres pero independiente de éstos. Pero en la realidad todo cuanto habrán logrado será que su posición de dependientes de los hombres cambiará por otra clase de dependencia—la dependencia directa del sistema capitalista—, la de proporcionarles empleo o beneficios. ¿Qué tan independiente podrá ser realmente alguien mientras siga siendo dependiente de los caprichos del sistema económico capitalista que ha de proporcionarle los medios de subsistir? La ilusión de la libertad y la independencia se crea durante los periodos de “pleno” empleo por el hecho de que el trabajador o la trabajadora puede vender su fuerza de trabajo al mejor postor o en recompensa por las mejores condiciones de trabajo. En épocas de recesión económica y gran porcentaje de desempleo, esta “libertad” se manifiesta en toda su falsedad: la clase obrera en su conjunto está encadenada a la clase capitalista porque depende de los dueños de los medios de producción el proporcionarle puestos de trabajo. Y cuando el capital ya no necesita trabajo simplemente despide a sus obreros: ¿cuánta independencia tiene entonces el desempleado que tiene que depender totalmente de los beneficios otorgados por el Estado?
vi) Fin de la discriminación contra las lesbianas
Este sería un gran logro para las mujeres en tal situación. Sin embargo, es un objetivo demasiado limitado. Los socialistas se proponen construir una sociedad en que ningún grupo sea tratado inequitativamente por causa de su sexo o su preferencia sexual. Tratar de ponerle fin a la discriminación contra los grupos minoritarios dentro del capitalismo no traerá consigo la emancipación en su sentido más amplio, es decir, que se tengan los medios para que todo individuo viva una vida, definida en sus propios términos, que valga la pena.
vii) Para todas las mujeres libertad contra la intimidación mediante la amenaza o por el uso de la violencia o la coerción sexual, independientemente del estatus marital. Abolición de todas las leyes, suposiciones e instituciones que perpetuaban el predominio del hombre y la agresión de los hombres contra las mujeres
Esta es una formulación de lo más amplia del principio, que una demanda real e incluye en términos más generales todas las demandas hechas hasta ahora, aunque los problemas de violación y violencia sexual han pasado a primer plano especialmente entre las feministas radicales.
Las demandas de las feministas liberales son en esencia que la libertad y la igualdad sean extendidas a las mujeres. Su creencia es que estos ideales son alcanzables dentro de la estructura económica existente con sólo que haya la voluntad de luchar por ellas, se promulgue la legislación adecuada y la gente cambie de modo de pensar. De ahí que se lancen a luchas prolongadas y sinceras por lograr tales cambios y en realidad han conseguido algunos triunfos. ¡Pero cuán poco obtienen con tanto esfuerzo y qué moderados son sus objetivos! Examinando de cerca el problema se ve que la libertad y la igualdad verdaderas para las mujeres y los hombres sencillamente no son posibles dentro del capitalismo. La desigualdad y la esclavitud del salario son parte necesaria de la estructura económica capitalista. Esto no quiere decir que ninguna reforma valga la pena, sino que cada una de estas reformas debe verse exactamente como lo que es. Las reformas no ayudan a alcanzar la única clase de sociedad en que el ideal de libertad e igualdad puede realizarse íntegramente.
El feminismo radical
Dentro del movimiento feminista, hay una tendencia que sí se propone como meta la transformación radical de la sociedad. Las feministas radicales ven a todos los hombres cuando menos con suspicacia y frecuentemente con franca hostilidad: los hombres son “el enemigo”. El rasgo característico de la sociedad, afirman, consiste en que es patriarcal. Afirman con esto que la dominación masculina lo invade todo, es universal y está en la raíz de todas las clases de opresión y explotación. Día con día los hombres, argumentan, se benefician de su poder sobre las mujeres y, por consiguiente, procuran mantener su posición dominante, de ser necesario por la violencia o con la amenaza de la violencia. Son variadas sus ideas de cómo reemplazar por otra la sociedad patriarcal. La sociedad andrógina y sin sexo por la que aboga Shulamith Firestone parece la única respuesta para trascender las diferencias de género, y que sería la eliminación de la función reproductiva de las mujeres y su reemplazo por medios cibernéticos; otros grupos feministas prevén una sociedad separatista, dominada por las mujeres.
Resaltan dos puntos al examinar el feminismo radical. En primer lugar, ¿es correcto el análisis aducido por las feministas radicales? ¿Es verdad que todos los hombres dominan a todas las mujeres? Naturalmente, la respuesta es que no. En este caso estamos reducidos a la afirmación mucho más débil de que algunos hombres dominan a algunas mujeres, lo cual difícilmente puede constituir una base sólida para un movimiento erigido sobre agrupaciones de género, pues la extensión lógica de esto es que algunos hombres dominan a otros hombres, algunas mujeres dominan a otras mujeres y también algunas mujeres dominan a otros hombres. En suma, cierta gente domina a cierta gente.
El segundo punto es que las feministas radicales son utópicas en el sentido de que dibujan un cuadro de la clase de sociedad en que les gustaría vivir pero no dicen cómo vamos a llegar a ella desde nuestro aquí y ahora. Los actos de protesta que realizan son meramente simbólicos, como atacar las tiendas de material pornográfico, con lo que las activistas sólo logran seer multadas o encarceladas. Sus instrucciones hacia otras mujeres pueden ser conservadoras o dictatoriales: por ejemplo, por lo menos un grupo de feministas radicales ha dado instrucciones a otras mujeres de que deben adoptar un estilo de vida separatista al grado de abstenerse de tener relaciones sexuales con hombres y permanecer célibes o bien tener relaciones sexuales sólo con otras mujeres, sin importar cuáles sean sus verdaderas preferencias sexuales.
No debe asombrar, pues, que la sociedad feminista separatista defendida por las feministas radicales atraiga poco apoyo de la mayoría de las mujeres, para no decir de los hombres. La mayoría de las mujeres, acertadamente, no considera que sus esposos, padres, novios, hermanos, hijos o amantes sean sus opresores. Cierto que algunas mujeres sufren a manos de los hombres, pero eso no es consecuencia de las diferencias de género innatas sin producto del daño hecho a la persona durante su infancia y posteriormente. Como ya vimos, las mujeres son condicionadas desde edad temprana para desempeñar un papel pasivo mientras que los hombres son formados para representar papeles de personajes enérgicos y agresivos. No hay que sorprenderse entonces de que las mujeres padezcan cuando los modelos de los papeles sexuales son los del ¡macho dominante y la mujer obediente!
Podrá darse el caso de que en una sociedad socialista haya mujeres que prefieran vivir separadamente de los hombres y no hay razón para que no pueda ser así. Sin embargo, lo que no es posible es que el socialismo se alcance sólo por esfuerzo de los hombres o sólo por esfuerzo de las mujeres. Hacen falta los esfuerzos conjuntos tanto de los hombres como de las mujeres, que luchen juntos en un plano de igualdad.
El feminismo “socialista”
Las mujeres que se llaman a sí mismas feministas “socialistas” reconocen la existencia de dos clases en pugna en la sociedad, pero también afirman que hay una división sexual que completa o parcialmente afecta a ambas clases. De esto resultan varias posiciones teóricamente contradictorias.
La relación entre las divisiones en clases y en géneros es crucial para la teoría feminista “socialista”. Las feministas “socialistas” han tendido a rechazar la idea que es una consecuencia del modo de producción. Tal análisis, argumentan, deja de lado la naturaleza específica de la opresión de las mujeres, que es diferente de la que sufren los obreros. Para que este argumento tenga algo de peso, sin embargo, las feministas “socialistas” deben responder las siguientes preguntas:
- ¿Qué es privativo de las mujeres que hace que su relación con los medios de producción sea diferente de la de los hombres?
- Si las mujeres son oprimidas de alguna manera diferente, por su género, ¿experimentan las mujeres de la clase capitalista la misma opresión y, de ser así, cuál es entonces su verdadera posición de clase?
Al tratar de responder la primera pregunta, las feministas “socialistas” han tendido a subrayar lo siguiente: que la teoría socialista, en especial la marxista, se ocupa exclusivamente de los trabajadores hombres; que la posición de las mujeres es diferente en que muchas de ellas no están ocupadas en trabajo estrictamente productivo pues su área principal de actividad es el trabajo doméstico; que dentro de su propia clase las mujeres sufren la opresión de los hombres; que las mujeres constituyen un ejército de reserva del trabajo, el cual puede ser usado por la clase capitalista.
No es verdad, sin embargo, que Marx haya levantado su teoría económica en torno de la noción de trabajadores masculinos; o que cuando usa términos como capitalista o “proletario” se esté refiriendo sólo a los hombres. Es posible criticar a Marx por no haber atacado específicamente el asunto de las mujeres (aunque en sus escritos sí hace explícito que la explotación de las mujeres sí difiere fundamentalmente de la de los hombres.
Es verdad que muchas mujeres están entregadas al quehacer doméstico, ¿pero significa esto que se hallen en una clase diferente de la de los hombres? Esta cuestión ha dado lugar a un debate dentro de ciertos sectores del movimiento feminista, sobre el papel del quehacer doméstico en el capitalismo, debate que se ha enfocado en estas dos áreas relacionadas: el grado en que puede decirse que el quehacer doméstico es “productivo” y la posición de clase de las mujeres que realizan quehaceres domésticos.
Algunas feministas han criticado a las organizaciones izquierdistas por no haber considerado seriamente el asunto del trabajo doméstico ni impugnado la división sexual del trabajo. Históricamente, el movimiento sindicalista se ha concretado a demandar un “salario familiar” adecuado, en lugar de plantear problemas relativos al sentir de las mujeres sobre su dependencia económica. Las feministas “socialistas” también han criticado la omisión en que han incurrido algunos izquierdistas al no reconocer el trabajo doméstico como “trabajo”. Esta omisión obedece sobre todo al desentenderse de muchos hombres de lo que entraña el trabajo doméstico y el cuidado de los niños, pero también es un malentendido de algunos de los conceptos que se aplican comúnmente al trabajo. Por ejemplo, en 1912, Rosa Luxemburgo escribió:
Este trabajo [el quehacer doméstico] es no productivo dentro del significado del presente sistema económico del capitalismo.
Pero enseguida agrega:
Sólo es trabajo productivo es que produce plusvalía y por ende ganancia para el capitalista (Luxemburgo, Rosa. Women’s Suffrage and the Class Strugle [Sufragio femenino y lucha de clases], reimpreso en H. Draper y A. Pow, Marxist women versus bourgeois feminism, Socialist Register, 1976).
Partiendo de tal análisis muchas feministas “socialistas” han tratado de argumentar que la concepción marxista es problemática en su criterio de pertenencia a la clase obrera, que parece excluir a todas las mujeres que no son parte del proceso productivo, y que las mujeres que están dedicadas al trabajo pagado son, en general, también responsables del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, por lo que son “sobreexplotadas” de un modo que no lo son los hombres. Como consecuencia, han tratado de elaborar nuevas teorías que expliquen la categoría aparentemente ambigua del trabajo doméstico. Sin embargo, muchas de estas teorías se vienen abajo porque, al colocar a las mujeres en una categoría exclusiva de ellas, suponen que la división sexual del trabajo es total, es decir, que todos los hombres están dedicados a la producción de mercancías y todas las mujeres al trabajo doméstico, lo que simplemente es falso.
Aunque la mayoría de las feministas “socialistas” ha aceptado correctamente que el trabajo doméstico es parte del proceso de reproducción total del capitalismo y como tal es de importancia económica (y que también desempeña una importante función ideológica), ha habido considerable desacuerdo sobre el vínculo preciso entre trabajo doméstico y proceso de trabajo capitalista. Sobre el tema del trabajo productivo en general y del doméstico en particular, Marx escribió:
El único trabajador que es productivo es aquél que produce plusvalía para el capitalista o, en otras palabras, el que contribuye a la autovalorización del capital (K. Marx, Capital, vol. 1, Penguin, 1982, p. 644).
Pero decir que una persona es “productiva” en este sentido es no decir nada sobre la posición de clase de la persona: una persona (un obrero) puede ser productivo o improductivo y aun así seguir siendo parte de la clase obrera según la definición de Marx (es decir, no dueño de los medios de producción). Del mismo modo, la primera parte de la declaración es modificada ligeramente por la segunda parte para incluir a quienes “contribuyen” a la producción de plusvalía. Esto debe tomarse en cuenta con los comentarios de Marx sobre “el trabajador colectivo”. Aquí Marx observa que, conforme se desarrolla el capitalismo, así también el proceso de trabajo va adquiriendo cada vez más naturaleza cooperativa.
Para trabajar productivamente, ya no es necesario que el propio individuo ponga sus manos sobre el objeto; pues basta con que sea un órgano del trabajador colectivo y realice cualquiera de sus funciones subordinadas (K. Marx, Capital, Vol. 1, Penguin, 1982, pp. 643-4).
Además de este concepto del “trabajador colectivo”, debemos tomar en cuenta los comentarios de Marx sobre la reproducción de la fuerza de trabajo:
El consumo individual del trabajador… sigue siendo un aspecto de la producción y la reproducción del capital, del mismo modo que lo es también la limpieza de la maquinaria (K. Marx, Capital, Vol. 1, Penguin, 1982, pp. 7717-8).
En este análisis se puede considerar que la clase obrera en su conjunto es el “obrero colectivo”, y aun si se distinguiera entre los que cobran salario y los que no (por ejemplo, las amas de casa y los desempleados) se puede ver a ambos grupos como “productivos”, pues contribuyen al proceso de producción en su conjunto.
La confusión que rodea este tema parece haberse originado en el uso del término “productivo” en un sentido específicamente capitalista dándole el significado de generador directo de plusvalía y, usado de este modo, los “improductivos” (incluidas las amas de casa) son, por implicación, inútiles (términos económicos) y por tanto carentes de importancia.
Algunas feministas “socialistas” se han concentrado en potenciar la categoría de ama de casa con una campaña por “salario para el trabajo doméstico”. Quizá sea cierto que no ganar nada por ser ama de casa aumenta el sentido de impotencia, no es verdad que el pago de un salario resuelva la situación. Como Ellen Malos observa acertadamente:
Que las mujeres reciban un salario no necesariamente les dará poder para ponerle fin al gobierno del capital o a la subordinación de las mujeres a los hombres, como tampoco el salario que cobran los obreros termina con su subordinación al capital (The Politics of Housework [La política del trabajo doméstico], Allison and Busby, 1982, p. 119).
Las amas de casa desde luego contribuyen a la producción de plusvalía pero en ningún caso pueden verse como parte de la clase obrera en virtud de que no son propietarias de los medios de producción. Que hay una persistente división sexual del trabajo, tal que a las mujeres se les ve como las responsables últimas del trabajo hogareño y cuidado de los niños es innegable; pero este es un problema diferente del de la posición de clase de los trabajadores domésticos. El argumento feminista según el cual esta división del trabajo persiste porque es en interés de los hombres (incluidos los obreros) pasa por alto el grado en que tal trabajo es en realidad en interés del capital. Es importante reconocer que el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos no son en sí serviles ni carentes de interés (ciertamente no más que muchos trabajos pagados), sino que a menudo es el contexto en que se llevan a cabo lo que les imprime tal apariencia.
Cualquier estrategia destinada a la abolición de la división sexual del trabajo debe hacer hincapié en que no es un “problema de las mujeres”, distinto de los intereses de la clase obrera en su conjunto, sino que es un cambio que tiene el potencial de beneficiar tanto a las mujeres como a los hombres. No concebirla así sólo fortalece la idea de que cualquier cosa que se haga con la casa, la familia o los hijos es por definición dominio de las mujeres.
Claro está que las mujeres constituyen un ejército de reserva del trabajo que será utilizado cómo y cuándo el capital lo necesite. Pero porque la división sexual del trabajo no es total, porque no son únicamente las mujeres las que constituyen el ejército de reserva sino cualquier desempleado miembro de la clase obrera, pierde validez la idea de que hace falta desarrollar una teoría nueva para explicar este aspecto específico de la opresión de las mujeres trabajadoras.
El feminismo “socialista” abarca, por tanto, una gran variedad de ideas contradictorias, pero es posible resumirlas identificando varios elementos clave de tal movimiento:
i) En la sociedad capitalista, la familia refleja el conflicto de clases de esa sociedad como un todo. Sin embargo, los hombres no son identificados como “el enemigo” como en el caso del feminismo radical, ya que la opresión de las mujeres es vista como parte de un sistema de explotación en que los hombres de la clase laboral también son oprimidos (explotados). En consecuencia, no basta con limitarse a demandar la igualdad como hacen las feministas liberales, pues lo único que resultaría sería la igualdad del derecho a ser explotadas.
ii) Las feministas “socialistas se han resistido a la idea de incorporar las demandas de las mujeres tan sólo como un aspecto de un movimiento político más amplio. Lejos de ello, han tendido a organizarse por separado, arguyendo que las organizaciones “socialistas” incorporan ideas y prácticas sexistas. Sienten que es necesario un movimiento separado porque consideran que la explotación de las mujeres es más profunda y amplia que la de los hombres.
iii) Aunque las feministas “socialistas” aceptan que la causa de raíz de toda opresión es económica, afirman que la relación de las mujeres con los medios de producción es diferente de la de los hombres en que sus trabajos asalariados tienden a ser de categoría inferior y mal pagados; y como tales se consideran secundarios a sus responsabilidades domésticas, lo que las hace más vulnerables a ser contratadas o despedidas al tenor de los dictados de la economía capitalista. Hay pocas mujeres sindicalizadas y por eso están mal equipadas para proteger sus condiciones laborales, y los sindicatos masculinos ven a las mujeres con suspicacia e incluso con hostilidad.
iv) El trabajo en el hogar ha sido un elemento significante dentro del análisis feminista “socialista”: es aislado, privatizado, de categoría baja y ajeno a la economía de mercado. Sin embargo, las feministas “socialistas” discrepan respecto de si su importancia principal es su papel en apoyar ideológicamente al capitalismo o si su rasgo esencial está en su papel en la reproducción de la fuerza de trabajo.
v) Las feministas “socialistas” argumentan que el análisis de la explotación económica en el trabajo y en la familia no basta para explicar todos los aspectos de la subordinación de las mujeres. Como suplemento a este análisis, han recurrido a teorías sociológicas y psicológicas en un intento por demostrar cómo y por qué las mujeres terminan “atadas” a su posición de sometimiento de modo tal que termina por parecer natural. Dada la dificultad y la complejidad de análisis que han tratado de explicar los orígenes de la opresión de las mujeres en términos ideológicos, la mujeres las mujeres han explorado profundamente en sus propias experiencias tratando de entender los caracteres comunes de su sometimiento, e incrementando a la vez la sensación de que su opresión es de algún modo cualitativamente diferente de la experimentada por los hombres.
Hay algunos aspectos del análisis del “feminismo socialista” que no podemos discutir. Sin embargo, no estaríamos de acuerdo en cuanto a la idea de que las mujeres necesitan organizarse por separado de los hombres para alcanzar una sociedad socialista no sexista. La idea de que muchas organizaciones que se dicen “socialistas” no han tratado a las mujeres como sus iguales puede ser cierta, pero esto demuestra únicamente el grado en que tales partidos no pueden ser en verdad socialistas. Los socialistas argumentarían además que no sólo no es una buena estrategia para los hombres y las mujeres organizarse por separado para llegar al socialismo, pero sino que es imposible hacerlo así, porque el socialismo sólo puede construirse cuando así lo quiere la mayoría de la gente—hombres y mujeres—y todos están dispuestos a trabajar conjuntamente para erigirlo.
La historia del siglo XX en la Gran Bretaña es de ganancias relativamente pequeñas para las mujeres en algunas áreas de la vida social y económica, logradas a un costo enorme para las mujeres que han librado la lucha. ¿Por qué? Un examen del movimiento feminista mostrará que el fracaso de las feministas en obtener una liberación real y duradera es resultado directo de fallas en sus análisis de la opresión que sufren las mujeres.
Hoy, en el movimiento feminista, hay tres o más claras tendencias: el feminismo liberal, el feminismo radical y el feminismo socialista, a las que seguidamente pasaremos revista.
Feminismo liberal
El objetivo de las feministas liberales es mejorar lo que ya existe, en vez de tratar de transformar radicalmente a la sociedad. Detrás de este objetivo está la creencia de que las reformas progresistas pueden conducir a la igualdad real y significativa de las mujeres sin necesidad de un cambio revolucionario. Los papeles según el sexo, se argumenta, son construidos y enseñados socialmente—por medio de instituciones sociales como la familia, el sistema educativo y los medios de difusión; por lo tanto, es posible cambiarlos. No se ve la desigualdad sexual como resultado inevitable de las diferencias biológicas o de un particular sistema social, lo cual significa que pueden ser vencidas, al decir de las feministas liberales cambiando las formas en que las personas aprenden a tratarse unas a otras y eliminando las prácticas discriminatorias mediante leyes al efecto. La meta del feminismo liberal es, por tanto, una distribución más igualitaria de los bienes sociales y económicos—posición social, poder, riqueza, etc.—entre los sexos.
John Stuart Mill y Harrie Taylor Mill, en sus escritos de fines del siglo XIX se anticiparon a buena parte del pensamiento feminista liberal de hoy en día en su obra sobre las mujeres. El análisis de los Mill es limitado porque aunque describen muy lúcidamente la opresión de la mujer, no consiguen ofrecer una explicación convincente de por qué es que los hombres están en posición de imponer su voluntad a las mujeres o por qué en general las mujeres aceptan tal estado de cosas.
Para J. S. Mill las mujeres estaban sometidas a los hombres desde los más remotos tiempos por su relativa debilidad física: la fuerza era el elemento dominante en las sociedades primitivas y con la civilización sólo se ha obtenido el reemplazo de la fuerza física por los sentimientos morales como medio de control social. En cierto punto de la historia, cuando la humanidad fue capaz de concebir una “elevada moralidad”, las relaciones desiguales entre hombres y mujeres, prosigue Mill, quedaron como un vestigio de los tiempos primitivos. Este análisis permitió a los Mill exponer un programa para la emancipación femenina que requería de cambios sólo en las esferas legal, política y cultural. En consecuencia, la estructura de clases existente seguiría tal cual, sin cambio alguno, salvo que dentro de una clase dada habría mayor igualdad entre los sexos. Además, los Mill no estaban a favor de que las mujeres, en la práctica, tuvieran acceso a todas las ramas de la actividad masculina. Argumentaron que todos debían tener derecho a trabajar, pero creían que mientras las mujeres poseyeran ciertos derechos legales, como el derecho a divorciarse, la desobediencia marital, la custodia de los hijos, propiedades, etc., posiblemente preferirían no trabajar ya que preferirían dedicarse a la procreación (única ocupación en que las mujeres tenían el monopolio) y a la crianza de los hijos (que, se infería, era misión necesariamente femenina). Los Mill pasaron por alto el hecho de que en la época de sus escritos muchas mujeres se veían forzadas a salir a trabajar por necesidad económica, y que el trabajo de ninguna manera significaba liberación o emancipación sino más bien el camino al agotamiento, a la pérdida de la salud y a la muerte prematura. Cuando Harriet-Taylor Mill escribió:
El poder de devengar un salario es esencial para la dignidad de la mujer en caso de que carezca de propiedad personal (The Subjection of Women and the Emancipation of Women [El sometimiento y la emancipación de las mujeres], Virago, 1983, p. 89),
se estaba dirigiendo a una ínfima minoría de mujeres a las que ella se imaginaba como profesionistas, y no a aquéllas que se habían visto obligadas a vender su fuerza de trabajo a los propietarios de las fábricas en general y a las de hilados y tejidos movidas por una clase de trabajo que sólo puede calificarse de esclavo, a cambio de salarios insignificantes para no hablar de la pérdida de la dignidad.
Los argumentos de los Mill a favor de la emancipación fueron en esencia morales: la sociedad había llegado a un punto en que era tan irracional como inaceptable considerar a las mujeres como seres inferiores y esto debía reconocerse garantizándoles plena igualdad jurídica y política ante los hombres. El motor que impulsaría el cambio consistiría en despertar la intuición moral de la gente y un proceso de reeducación moral por el que el pueblo terminaría por entender que las mujeres tienen igual derecho a desempeñar cualesquiera actividades que condujesen a su realización personal. Tales prescripciones no representan un ataque fundamental a las relaciones de propiedad o las estructuras económicas imperantes, que quedarían intactas. Fue esta clase de liberalismo lo que constituyó la parte principal del fundamento teórico del movimiento sufragista femenino tanto en la Gran Bretaña como en Estados Unidos.
Sin embargo, dentro del pensamiento liberal hubo un amplio espectro, que varió desde los que limitaban sus demandas a la igualdad de derechos políticos, hasta los que veían en éstos solo una parte de un programa más amplio para la emancipación de la mujer, en el cual incluían también la libertad de las restricciones del matrimonio y el código sexual prevaleciente. Y dentro del movimiento de las mujeres por el derecho al voto hubo, se dice, además del elemento liberal que basaba sus razonamientos en las ideas de justicia e igualdad, un elemento que cifraba sus argumentos en la viabilidad, lo cual se reducía q que las mujeres eran diferentes de los hombres. Como madres representaban la custodia de la paz y el ambiente hogareño, y estas cualidades femeninas “naturales” podían ejercer una influencia benéfica sobre la vida pública y el gobierno, en especial porque mucho de lo que antes se hacía dentro de casa ahora podría hacerse fuera de la esfera doméstica. Así, por ejemplo, en la Gran Bretaña, la Liga Pro Trabajo Femenino (fundada en 1906 para representar a las mujeres en el Parlamento en relación con el Partido Laborista) fue descrita como “una organización para infundir en la política el espíritu materno”. (Esta idea no ha sido eliminada hasta la fecha del pensamiento de algunas feministas contemporáneas, tales como algunas de las mujeres que protestaron en la base aérea de Greenham Common, que reclamaron para la mujer el monopolio de las cualidades pacíficas.)
Mientras continuaba la lucha de las mujeres por el voto en la Gran Bretaña, 1903 vio el nacimiento de una organización nueva y más activista, la Unión Social y Política de Mujeres, USPM (Women’s Social and Political Union: WSPU), de Mrs Pankhurst que buscaba centrar la atención en el objetivo único de “el voto para las mujeres”. Sin embargo, ni las actividades de incluso las sufragistas más animosas ni el tratamiento ultrajante que recibieron de las autoridades bastaron para conquistar ese objetivo. No fue sino hasta fines de la Primera Guerra Mundial, que permitió los cambios de papeles para muchas mujeres que fueron movilizadas para contribuir al “esfuerzo de la guerra”, que el gobierno les concedió el derecho a votar, primero a las mujeres mayores de 30 años de edad en 1918 (y a todos los hombres de más de 21 años en la misma legislación) y, por último, a todas las mujeres de más de 21 años en 1928.
Sin embargo, la emancipación política no trajo consigo la liberación de las mujeres. La revitalización del movimiento por la libertad femenina en los años sesenta y setentas dio lugar a una nueva lista de demandas, formuladas en las sucesivas Conferencias Nacionales Británicas Pro Liberación de la Mujer realizadas en 1978. Las demandas fueron las siguientes:
1. Igual salario por igual trabajo.
2. Iguales oportunidades e igual educación.
3. Libertad de anticoncepción y aborto a solicitud.
4. Cuidado gratuito de los niños controlado por la comunidad.
5. Independencia jurídica y financiera para todas las mujeres.
6. Fin de la discriminación contra las lesbianas.
7. Para todas las mujeres libertad contra la intimidación mediante la amenaza o por el uso de la violencia o la coerción sexual, independientemente del estatus marital. Abolición de todas las leyes, suposiciones e instituciones que perpetuaban el predominio del hombre y la agresión de los hombres contra las mujeres.
Como se sugirió en el capítulo anterior, se había hecho cierto progreso hacia la consecución de estos objetivos. ¿Pero qué sucedería si se llegaran a alcanzar todos ellos? ¿Cómo sería la nueva sociedad “no sexista”?
i) Igual salario por igual trabajo
De lograrse íntegramente este objetivo, implicaría que los patrones ya no podrían pagar a las mujeres menos dinero por trabajo de igual valor por la mera razón de ser mujeres. Tampoco sería posible definir algunos trabajos como “trabajo de mujeres” para justificar el pago de salarios menores. Lo que no implicaría es que los ingresos de todos serían igualados. Tampoco afectaría las ostensivas disparidades de riqueza que existen entre los propietarios y el resto de nosotros, que tiene que trabajar para ganarse la vida: la clase laboral. Continuaría la explotación de ésta aun cuando para algunos trabajadores, en este caso las mujeres, las condiciones mejoraran un poco. La dinámica del capitalismo es tal que los capitalistas individuales son forzados constantemente a reducir sus costos de producción para mantener su cuota del mercado. Así, con la mejor voluntad del mundo, si fueran obligados a poner en ejecución una legislación que prescribiera salarios iguales, buscarían otras maneras de reducir los costos, por ejemplo, aumentando la velocidad de las máquinas, o introduciendo nueva tecnología.
ii) Iguales oportunidades e igual educación
Las consecuencias de la puesta en práctica de esta demanda sería que habría más mujeres en puestos alta categoría: abogadas, médicas, científicas, profesoras universitarias; y sería más probable que las mujeres ingresaran en campos tradicionalmente masculinos, como el de la ciencia, la ingeniería y otros de índole técnica. También significaría que a las mujeres ya no se les negaría la oportunidad igual de competir con los hombres en el trabajo de minería, barrer calles, pelear en la guerra o hacer cola con los hombres para cobrar el seguro de desempleo. Oportunidades iguales e igual educación no significan en el capitalismo igualdad absoluta en toda la sociedad. Mientras tengamos capitalismo, tendremos dos clases en la sociedad, la de los trabajadores y la de los capitalistas, y mientras haya dos clases habrá desigualdad, aun cuando dentro de la clase obrera hubiera mayor igualdad. Oportunidades iguales no significan más oportunidades; sólo significan el mismo número pero distribuido más equitativamente. ¿Qué habrá cambiado en las vidas de la mayoría de los hombres y las mujeres obreros si una mujer es la propietaria de la fábrica o empresa y a ella se vende la fuerza de trabajo en lugar de a un hombre? ¿Por qué será mejor la sociedad si los obreros y las obreras compiten entre sí, sobre cualquier base igualitaria, para vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario o un sueldo, y si todos seguimos excluidos de compartir la riqueza que la sociedad podría producir de no estar gobernada la producción por el incentivo de la ganancia? ¿Por qué será mejor que una mujer ocupe el sitial del juez para juzgarnos por quebrantar las leyes del capitalismo; o si es una mujer la que actúa en el Parlamento como nuestro “representante” que contribuye a aprobar las leyes que afectan significativamente nuestras vidas pero sobre quien no tenemos ningún control; o que sea una mujer la que diseñe y construya las armas que se usan para matar a nuestros camaradas obreros en defensa del capitalismo? En el capitalismo la igualdad de oportunidades sólo puede significar un sistema de distribución de bienes escasos; lo cual no significa oportunidades iguales para que todo individuo, independientemente de su sexo, realice su propio potencial.
iii) Libertad de anticoncepción y aborto a solicitud
Es innegable que el contexto social y económico prevaleciente las decisiones de las mujeres de tener o no tener hijos suelen ser afectadas por consideraciones materiales. ¿Tendré con qué darle a mi hijo una vida decente? ¿Tener un hijo implicará que deba renunciar a mi trabajo? Las presiones culturales y sociales también son importantes: por ejemplo, la idea de que a menos que tengan hijos las mujeres no se realizan plenamente o no cumplen con su papel femenino? Las feministas creen que la libertad de elección de las mujeres mejorará enormemente si pueden determinar más exactamente cuándo y si tendrán hijos sabiendo que existen medios eficaces de anticoncepción y la posibilidad de abortar autónomamente. Tal vez así sea, pero ello no afectará las presiones sociales, culturales y económicas que influyen en las decisiones que tienen que tomar las mujeres. Vale la pena tener en mente que el capitalismo necesita niños, que son la generación siguiente de obreros. Es posible que en el futuro un número importante de mujeres del mundo “desarrollado” decida que son extremadamente grandes los riesgos, las responsabilidades y los costos personales que implica tener hijos. Pero, como veremos en el capítulo siguiente, cuando consideremos el caso de Rusia, no se permitirá que tal tendencia prospere ya que amenaza las necesidades del capital.
iv) Cuidado gratuito de los niños controlado por la comunidad
Esta demanda se enlaza claramente con la anterior. La impulsa principalmente el deseo de la mujer de verse libre cuando menos de las cargas del cuidado de los hijos de modo que puedan ellas tener más libertad para competir en el mercado de trabajo. De nuevo es importante resaltar que lo que se persigue no es la plena emancipación humana, sino tan sólo romper las cadenas de la maternidad para aceptar las de la esclavitud salarial. ¿Es en realidad más liberador trabajar ocho horas al día por un sueldo o salario en una oficina o una fábrica, que pasar la jornada con niños pequeños y ejecutando labores domésticas? Desde luego, se puede argumentar que en realidad es un problema de libertad de elección: esto es, la libertad de escoger si pasar el tiempo cuidando a los hijos o vendiendo nuestra fuerza de trabajo. Pero, en primer lugar, la mayoría de los hombres no tienen esta opción en grado mayor que las mujeres y, en segundo lugar, qué clase de elección es cuando las únicas dos posibilidades son si mejorar nuestro nivel de vida y posiblemente la posición personal, yendo a trabajar para ganar dinero o pasar el tiempo en casa, con o sin hijos, pero sin dinero para pagar la clase de actividades que harían más satisfactorio ese tiempo. Para la mayoría de la gente la mayor parte del tiempo, simplemente no hay elección posible: la clase obrera, hombres y mujeres, tienen que salir a trabajar, no porque encuentren sus trabajos más o menos satisfactorios o disfrutables que cualquier otra actividad que pudieran realizar, sino porque tienen que hacerlo para proveerse a sí mismos y a sus familias el sustento diario. La provisión del mejor cuidado de los hijos facilita un poco este proceso a los trabajadores beneficiados, pero no elimina la necesidad de salir a vender su fuerza de trabajo.
v) Independencia jurídica y financiera para todas las mujeres
Cierto que la ley tal y como existe contiene muchos artículos que fijan la posición de las mujeres como seres dependientes. Las mujeres casadas, por ejemplo, no pueden pedir por derecho propio los beneficios de la seguridad social; sus esposos, que son sus proveedores legales, son quienes deben reclamarlos. Las leyes fiscales tratan también a las mujeres como dependientes de los hombres. Sin embargo, estas leyes están siendo cambiadas y no sería raro que dentro de poco tales anacronismos desaparecieran. ¿Pero tal “independencia” jurídica y financiera significaría que las mujeres habrían alcanzado la liberación? Significaría liberación en el sentido de que formalmente las mujeres tendrían una posición igual a la de los hombres pero independiente de éstos. Pero en la realidad todo cuanto habrán logrado será que su posición de dependientes de los hombres cambiará por otra clase de dependencia—la dependencia directa del sistema capitalista—, la de proporcionarles empleo o beneficios. ¿Qué tan independiente podrá ser realmente alguien mientras siga siendo dependiente de los caprichos del sistema económico capitalista que ha de proporcionarle los medios de subsistir? La ilusión de la libertad y la independencia se crea durante los periodos de “pleno” empleo por el hecho de que el trabajador o la trabajadora puede vender su fuerza de trabajo al mejor postor o en recompensa por las mejores condiciones de trabajo. En épocas de recesión económica y gran porcentaje de desempleo, esta “libertad” se manifiesta en toda su falsedad: la clase obrera en su conjunto está encadenada a la clase capitalista porque depende de los dueños de los medios de producción el proporcionarle puestos de trabajo. Y cuando el capital ya no necesita trabajo simplemente despide a sus obreros: ¿cuánta independencia tiene entonces el desempleado que tiene que depender totalmente de los beneficios otorgados por el Estado?
vi) Fin de la discriminación contra las lesbianas
Este sería un gran logro para las mujeres en tal situación. Sin embargo, es un objetivo demasiado limitado. Los socialistas se proponen construir una sociedad en que ningún grupo sea tratado inequitativamente por causa de su sexo o su preferencia sexual. Tratar de ponerle fin a la discriminación contra los grupos minoritarios dentro del capitalismo no traerá consigo la emancipación en su sentido más amplio, es decir, que se tengan los medios para que todo individuo viva una vida, definida en sus propios términos, que valga la pena.
vii) Para todas las mujeres libertad contra la intimidación mediante la amenaza o por el uso de la violencia o la coerción sexual, independientemente del estatus marital. Abolición de todas las leyes, suposiciones e instituciones que perpetuaban el predominio del hombre y la agresión de los hombres contra las mujeres
Esta es una formulación de lo más amplia del principio, que una demanda real e incluye en términos más generales todas las demandas hechas hasta ahora, aunque los problemas de violación y violencia sexual han pasado a primer plano especialmente entre las feministas radicales.
Las demandas de las feministas liberales son en esencia que la libertad y la igualdad sean extendidas a las mujeres. Su creencia es que estos ideales son alcanzables dentro de la estructura económica existente con sólo que haya la voluntad de luchar por ellas, se promulgue la legislación adecuada y la gente cambie de modo de pensar. De ahí que se lancen a luchas prolongadas y sinceras por lograr tales cambios y en realidad han conseguido algunos triunfos. ¡Pero cuán poco obtienen con tanto esfuerzo y qué moderados son sus objetivos! Examinando de cerca el problema se ve que la libertad y la igualdad verdaderas para las mujeres y los hombres sencillamente no son posibles dentro del capitalismo. La desigualdad y la esclavitud del salario son parte necesaria de la estructura económica capitalista. Esto no quiere decir que ninguna reforma valga la pena, sino que cada una de estas reformas debe verse exactamente como lo que es. Las reformas no ayudan a alcanzar la única clase de sociedad en que el ideal de libertad e igualdad puede realizarse íntegramente.
El feminismo radical
Dentro del movimiento feminista, hay una tendencia que sí se propone como meta la transformación radical de la sociedad. Las feministas radicales ven a todos los hombres cuando menos con suspicacia y frecuentemente con franca hostilidad: los hombres son “el enemigo”. El rasgo característico de la sociedad, afirman, consiste en que es patriarcal. Afirman con esto que la dominación masculina lo invade todo, es universal y está en la raíz de todas las clases de opresión y explotación. Día con día los hombres, argumentan, se benefician de su poder sobre las mujeres y, por consiguiente, procuran mantener su posición dominante, de ser necesario por la violencia o con la amenaza de la violencia. Son variadas sus ideas de cómo reemplazar por otra la sociedad patriarcal. La sociedad andrógina y sin sexo por la que aboga Shulamith Firestone parece la única respuesta para trascender las diferencias de género, y que sería la eliminación de la función reproductiva de las mujeres y su reemplazo por medios cibernéticos; otros grupos feministas prevén una sociedad separatista, dominada por las mujeres.
Resaltan dos puntos al examinar el feminismo radical. En primer lugar, ¿es correcto el análisis aducido por las feministas radicales? ¿Es verdad que todos los hombres dominan a todas las mujeres? Naturalmente, la respuesta es que no. En este caso estamos reducidos a la afirmación mucho más débil de que algunos hombres dominan a algunas mujeres, lo cual difícilmente puede constituir una base sólida para un movimiento erigido sobre agrupaciones de género, pues la extensión lógica de esto es que algunos hombres dominan a otros hombres, algunas mujeres dominan a otras mujeres y también algunas mujeres dominan a otros hombres. En suma, cierta gente domina a cierta gente.
El segundo punto es que las feministas radicales son utópicas en el sentido de que dibujan un cuadro de la clase de sociedad en que les gustaría vivir pero no dicen cómo vamos a llegar a ella desde nuestro aquí y ahora. Los actos de protesta que realizan son meramente simbólicos, como atacar las tiendas de material pornográfico, con lo que las activistas sólo logran seer multadas o encarceladas. Sus instrucciones hacia otras mujeres pueden ser conservadoras o dictatoriales: por ejemplo, por lo menos un grupo de feministas radicales ha dado instrucciones a otras mujeres de que deben adoptar un estilo de vida separatista al grado de abstenerse de tener relaciones sexuales con hombres y permanecer célibes o bien tener relaciones sexuales sólo con otras mujeres, sin importar cuáles sean sus verdaderas preferencias sexuales.
No debe asombrar, pues, que la sociedad feminista separatista defendida por las feministas radicales atraiga poco apoyo de la mayoría de las mujeres, para no decir de los hombres. La mayoría de las mujeres, acertadamente, no considera que sus esposos, padres, novios, hermanos, hijos o amantes sean sus opresores. Cierto que algunas mujeres sufren a manos de los hombres, pero eso no es consecuencia de las diferencias de género innatas sin producto del daño hecho a la persona durante su infancia y posteriormente. Como ya vimos, las mujeres son condicionadas desde edad temprana para desempeñar un papel pasivo mientras que los hombres son formados para representar papeles de personajes enérgicos y agresivos. No hay que sorprenderse entonces de que las mujeres padezcan cuando los modelos de los papeles sexuales son los del ¡macho dominante y la mujer obediente!
Podrá darse el caso de que en una sociedad socialista haya mujeres que prefieran vivir separadamente de los hombres y no hay razón para que no pueda ser así. Sin embargo, lo que no es posible es que el socialismo se alcance sólo por esfuerzo de los hombres o sólo por esfuerzo de las mujeres. Hacen falta los esfuerzos conjuntos tanto de los hombres como de las mujeres, que luchen juntos en un plano de igualdad.
El feminismo “socialista”
Las mujeres que se llaman a sí mismas feministas “socialistas” reconocen la existencia de dos clases en pugna en la sociedad, pero también afirman que hay una división sexual que completa o parcialmente afecta a ambas clases. De esto resultan varias posiciones teóricamente contradictorias.
La relación entre las divisiones en clases y en géneros es crucial para la teoría feminista “socialista”. Las feministas “socialistas” han tendido a rechazar la idea que es una consecuencia del modo de producción. Tal análisis, argumentan, deja de lado la naturaleza específica de la opresión de las mujeres, que es diferente de la que sufren los obreros. Para que este argumento tenga algo de peso, sin embargo, las feministas “socialistas” deben responder las siguientes preguntas:
- ¿Qué es privativo de las mujeres que hace que su relación con los medios de producción sea diferente de la de los hombres?
- Si las mujeres son oprimidas de alguna manera diferente, por su género, ¿experimentan las mujeres de la clase capitalista la misma opresión y, de ser así, cuál es entonces su verdadera posición de clase?
Al tratar de responder la primera pregunta, las feministas “socialistas” han tendido a subrayar lo siguiente: que la teoría socialista, en especial la marxista, se ocupa exclusivamente de los trabajadores hombres; que la posición de las mujeres es diferente en que muchas de ellas no están ocupadas en trabajo estrictamente productivo pues su área principal de actividad es el trabajo doméstico; que dentro de su propia clase las mujeres sufren la opresión de los hombres; que las mujeres constituyen un ejército de reserva del trabajo, el cual puede ser usado por la clase capitalista.
No es verdad, sin embargo, que Marx haya levantado su teoría económica en torno de la noción de trabajadores masculinos; o que cuando usa términos como capitalista o “proletario” se esté refiriendo sólo a los hombres. Es posible criticar a Marx por no haber atacado específicamente el asunto de las mujeres (aunque en sus escritos sí hace explícito que la explotación de las mujeres sí difiere fundamentalmente de la de los hombres.
Es verdad que muchas mujeres están entregadas al quehacer doméstico, ¿pero significa esto que se hallen en una clase diferente de la de los hombres? Esta cuestión ha dado lugar a un debate dentro de ciertos sectores del movimiento feminista, sobre el papel del quehacer doméstico en el capitalismo, debate que se ha enfocado en estas dos áreas relacionadas: el grado en que puede decirse que el quehacer doméstico es “productivo” y la posición de clase de las mujeres que realizan quehaceres domésticos.
Algunas feministas han criticado a las organizaciones izquierdistas por no haber considerado seriamente el asunto del trabajo doméstico ni impugnado la división sexual del trabajo. Históricamente, el movimiento sindicalista se ha concretado a demandar un “salario familiar” adecuado, en lugar de plantear problemas relativos al sentir de las mujeres sobre su dependencia económica. Las feministas “socialistas” también han criticado la omisión en que han incurrido algunos izquierdistas al no reconocer el trabajo doméstico como “trabajo”. Esta omisión obedece sobre todo al desentenderse de muchos hombres de lo que entraña el trabajo doméstico y el cuidado de los niños, pero también es un malentendido de algunos de los conceptos que se aplican comúnmente al trabajo. Por ejemplo, en 1912, Rosa Luxemburgo escribió:
Este trabajo [el quehacer doméstico] es no productivo dentro del significado del presente sistema económico del capitalismo.
Pero enseguida agrega:
Sólo es trabajo productivo es que produce plusvalía y por ende ganancia para el capitalista (Luxemburgo, Rosa. Women’s Suffrage and the Class Strugle [Sufragio femenino y lucha de clases], reimpreso en H. Draper y A. Pow, Marxist women versus bourgeois feminism, Socialist Register, 1976).
Partiendo de tal análisis muchas feministas “socialistas” han tratado de argumentar que la concepción marxista es problemática en su criterio de pertenencia a la clase obrera, que parece excluir a todas las mujeres que no son parte del proceso productivo, y que las mujeres que están dedicadas al trabajo pagado son, en general, también responsables del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, por lo que son “sobreexplotadas” de un modo que no lo son los hombres. Como consecuencia, han tratado de elaborar nuevas teorías que expliquen la categoría aparentemente ambigua del trabajo doméstico. Sin embargo, muchas de estas teorías se vienen abajo porque, al colocar a las mujeres en una categoría exclusiva de ellas, suponen que la división sexual del trabajo es total, es decir, que todos los hombres están dedicados a la producción de mercancías y todas las mujeres al trabajo doméstico, lo que simplemente es falso.
Aunque la mayoría de las feministas “socialistas” ha aceptado correctamente que el trabajo doméstico es parte del proceso de reproducción total del capitalismo y como tal es de importancia económica (y que también desempeña una importante función ideológica), ha habido considerable desacuerdo sobre el vínculo preciso entre trabajo doméstico y proceso de trabajo capitalista. Sobre el tema del trabajo productivo en general y del doméstico en particular, Marx escribió:
El único trabajador que es productivo es aquél que produce plusvalía para el capitalista o, en otras palabras, el que contribuye a la autovalorización del capital (K. Marx, Capital, vol. 1, Penguin, 1982, p. 644).
Pero decir que una persona es “productiva” en este sentido es no decir nada sobre la posición de clase de la persona: una persona (un obrero) puede ser productivo o improductivo y aun así seguir siendo parte de la clase obrera según la definición de Marx (es decir, no dueño de los medios de producción). Del mismo modo, la primera parte de la declaración es modificada ligeramente por la segunda parte para incluir a quienes “contribuyen” a la producción de plusvalía. Esto debe tomarse en cuenta con los comentarios de Marx sobre “el trabajador colectivo”. Aquí Marx observa que, conforme se desarrolla el capitalismo, así también el proceso de trabajo va adquiriendo cada vez más naturaleza cooperativa.
Para trabajar productivamente, ya no es necesario que el propio individuo ponga sus manos sobre el objeto; pues basta con que sea un órgano del trabajador colectivo y realice cualquiera de sus funciones subordinadas (K. Marx, Capital, Vol. 1, Penguin, 1982, pp. 643-4).
Además de este concepto del “trabajador colectivo”, debemos tomar en cuenta los comentarios de Marx sobre la reproducción de la fuerza de trabajo:
El consumo individual del trabajador… sigue siendo un aspecto de la producción y la reproducción del capital, del mismo modo que lo es también la limpieza de la maquinaria (K. Marx, Capital, Vol. 1, Penguin, 1982, pp. 7717-8).
En este análisis se puede considerar que la clase obrera en su conjunto es el “obrero colectivo”, y aun si se distinguiera entre los que cobran salario y los que no (por ejemplo, las amas de casa y los desempleados) se puede ver a ambos grupos como “productivos”, pues contribuyen al proceso de producción en su conjunto.
La confusión que rodea este tema parece haberse originado en el uso del término “productivo” en un sentido específicamente capitalista dándole el significado de generador directo de plusvalía y, usado de este modo, los “improductivos” (incluidas las amas de casa) son, por implicación, inútiles (términos económicos) y por tanto carentes de importancia.
Algunas feministas “socialistas” se han concentrado en potenciar la categoría de ama de casa con una campaña por “salario para el trabajo doméstico”. Quizá sea cierto que no ganar nada por ser ama de casa aumenta el sentido de impotencia, no es verdad que el pago de un salario resuelva la situación. Como Ellen Malos observa acertadamente:
Que las mujeres reciban un salario no necesariamente les dará poder para ponerle fin al gobierno del capital o a la subordinación de las mujeres a los hombres, como tampoco el salario que cobran los obreros termina con su subordinación al capital (The Politics of Housework [La política del trabajo doméstico], Allison and Busby, 1982, p. 119).
Las amas de casa desde luego contribuyen a la producción de plusvalía pero en ningún caso pueden verse como parte de la clase obrera en virtud de que no son propietarias de los medios de producción. Que hay una persistente división sexual del trabajo, tal que a las mujeres se les ve como las responsables últimas del trabajo hogareño y cuidado de los niños es innegable; pero este es un problema diferente del de la posición de clase de los trabajadores domésticos. El argumento feminista según el cual esta división del trabajo persiste porque es en interés de los hombres (incluidos los obreros) pasa por alto el grado en que tal trabajo es en realidad en interés del capital. Es importante reconocer que el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos no son en sí serviles ni carentes de interés (ciertamente no más que muchos trabajos pagados), sino que a menudo es el contexto en que se llevan a cabo lo que les imprime tal apariencia.
Cualquier estrategia destinada a la abolición de la división sexual del trabajo debe hacer hincapié en que no es un “problema de las mujeres”, distinto de los intereses de la clase obrera en su conjunto, sino que es un cambio que tiene el potencial de beneficiar tanto a las mujeres como a los hombres. No concebirla así sólo fortalece la idea de que cualquier cosa que se haga con la casa, la familia o los hijos es por definición dominio de las mujeres.
Claro está que las mujeres constituyen un ejército de reserva del trabajo que será utilizado cómo y cuándo el capital lo necesite. Pero porque la división sexual del trabajo no es total, porque no son únicamente las mujeres las que constituyen el ejército de reserva sino cualquier desempleado miembro de la clase obrera, pierde validez la idea de que hace falta desarrollar una teoría nueva para explicar este aspecto específico de la opresión de las mujeres trabajadoras.
El feminismo “socialista” abarca, por tanto, una gran variedad de ideas contradictorias, pero es posible resumirlas identificando varios elementos clave de tal movimiento:
i) En la sociedad capitalista, la familia refleja el conflicto de clases de esa sociedad como un todo. Sin embargo, los hombres no son identificados como “el enemigo” como en el caso del feminismo radical, ya que la opresión de las mujeres es vista como parte de un sistema de explotación en que los hombres de la clase laboral también son oprimidos (explotados). En consecuencia, no basta con limitarse a demandar la igualdad como hacen las feministas liberales, pues lo único que resultaría sería la igualdad del derecho a ser explotadas.
ii) Las feministas “socialistas se han resistido a la idea de incorporar las demandas de las mujeres tan sólo como un aspecto de un movimiento político más amplio. Lejos de ello, han tendido a organizarse por separado, arguyendo que las organizaciones “socialistas” incorporan ideas y prácticas sexistas. Sienten que es necesario un movimiento separado porque consideran que la explotación de las mujeres es más profunda y amplia que la de los hombres.
iii) Aunque las feministas “socialistas” aceptan que la causa de raíz de toda opresión es económica, afirman que la relación de las mujeres con los medios de producción es diferente de la de los hombres en que sus trabajos asalariados tienden a ser de categoría inferior y mal pagados; y como tales se consideran secundarios a sus responsabilidades domésticas, lo que las hace más vulnerables a ser contratadas o despedidas al tenor de los dictados de la economía capitalista. Hay pocas mujeres sindicalizadas y por eso están mal equipadas para proteger sus condiciones laborales, y los sindicatos masculinos ven a las mujeres con suspicacia e incluso con hostilidad.
iv) El trabajo en el hogar ha sido un elemento significante dentro del análisis feminista “socialista”: es aislado, privatizado, de categoría baja y ajeno a la economía de mercado. Sin embargo, las feministas “socialistas” discrepan respecto de si su importancia principal es su papel en apoyar ideológicamente al capitalismo o si su rasgo esencial está en su papel en la reproducción de la fuerza de trabajo.
v) Las feministas “socialistas” argumentan que el análisis de la explotación económica en el trabajo y en la familia no basta para explicar todos los aspectos de la subordinación de las mujeres. Como suplemento a este análisis, han recurrido a teorías sociológicas y psicológicas en un intento por demostrar cómo y por qué las mujeres terminan “atadas” a su posición de sometimiento de modo tal que termina por parecer natural. Dada la dificultad y la complejidad de análisis que han tratado de explicar los orígenes de la opresión de las mujeres en términos ideológicos, la mujeres las mujeres han explorado profundamente en sus propias experiencias tratando de entender los caracteres comunes de su sometimiento, e incrementando a la vez la sensación de que su opresión es de algún modo cualitativamente diferente de la experimentada por los hombres.
Hay algunos aspectos del análisis del “feminismo socialista” que no podemos discutir. Sin embargo, no estaríamos de acuerdo en cuanto a la idea de que las mujeres necesitan organizarse por separado de los hombres para alcanzar una sociedad socialista no sexista. La idea de que muchas organizaciones que se dicen “socialistas” no han tratado a las mujeres como sus iguales puede ser cierta, pero esto demuestra únicamente el grado en que tales partidos no pueden ser en verdad socialistas. Los socialistas argumentarían además que no sólo no es una buena estrategia para los hombres y las mujeres organizarse por separado para llegar al socialismo, pero sino que es imposible hacerlo así, porque el socialismo sólo puede construirse cuando así lo quiere la mayoría de la gente—hombres y mujeres—y todos están dispuestos a trabajar conjuntamente para erigirlo.