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La controversia del “Cálculo Económico”. Deshaciendo un Mito

El argumento del cálculo económico (ACE) tiene que ver con la afirmación de que, en la ausencia de precios de mercado, una economía socialista sería incapaz de tomar decisiones racionales sobre la asignación de recursos, y de que esto haría del socialismo una proposición impracticable. Trazando primero el desarrollo histórico de este argumento se prosigue considerando algunos de sus supuestos básicos acerca de cómo el mecanismo de precios funciona realmente en la práctica; al hacerlo, se trata de demostrar que el argumento tiene bases débiles. Luego se hace un bosquejo de un enfoque racional a la asignación de recursos en una economía socialista. Tal enfoque se sustenta en una concepción del socialismo que implica una estructura mayormente descentralizada o policéntrica de toma de decisiones, en contraste con la posición típicamente sostenida por los proponentes del ACE de que el socialismo implicaría una planificación centralizada a nivel social. Aplicando este modelo socialista descentralizado de toma de decisiones, este artículo identifica un número de componentes claves de tal modelo y prosigue para mostrar como, a través de las interacciones de estos componentes clave, las objeciones al socialismo suscitadas por el ACE son decisivamente superadas.


1 TRASFONDO HISTÓRICO

El “argumento del cálculo económico” (ACE) está principalmente ligado con el economista austríaco Ludwig von Mises, que escribió un tratado seminal (“El Cálculo Económico en la Comunidad Socialista”) en 1920, con el propósito de mostrar que el socialismo no era un sistema realizable. Mises no fue el único en desarrollar este argumento; sus contemporáneos Boris Brutzkus y Max Weber habían llegado a las mismas conclusiones en forma independiente en ese mismo año. Más aun, un número de comentaristas anteriores – por ejemplo Gossen, Wicksteed, Wieser, Bohm-Bawerk, Pareto, Barone, y en particular el economista holandés Nikolaas Pierson, habían desarrollado elaboraciones parciales del ACE antes de Mises.1

Después de la Revolución Rusa y del surgimiento del capitalismo soviético de estado, se dio un debate vigoroso sobre la factibilidad del socialismo, un término que había sido ampliamente entendido como sinónimo del comunismo sin mercado de Marx (o al menos significaba un sistema que carecía de un mercado para los “factores de producción”, sino era sobre los bienes de consumo). Los desarrollos en Rusia, aunque ayudaron a estimular el debate, ayudaron sin embargo a enturbiar las aguas considerablemente. Así Lenin se desvió abruptamente de la definición del marxismo clásico del socialismo como sinónimo de comunismo, al retratarlo en vez de eso como una etapa entre el capitalismo y el comunismo. El intento abortado de introducir un “comunismo de guerra” en 1918-1921 (en realidad un riguroso sistema de racionamiento descentralizado que, sin embargo, todavía retuvo elementos de mercado, en vez de un comunismo de “libre acceso”) fue una fuente ulterior de confusión, por que permitió a los anti-socialistas argumentar que el socialismo había mostrado ser impracticable en la práctica y no solo en la teoría. Esto, por supuesto, perdió de vista el hecho de que los marxistas también habían argumentado que el socialismo no era factible en ese tiempo en Rusia por que las condiciones necesarias para una revolución socialista no habían madurado – una masa de la clase trabajadora imbuida de un entendimiento socialista y con medios de producción lo suficientemente desarrollados.

O’Neill alega que es incorrecto suponer que solo hubo un debate unificado en aquel tiempo. En vez de eso, “habían al menos dos debates que tenían que ver con objeciones independientes al socialismo”2. El primero de estos fue sobre “decisiones racionales e inconmensurabilidad” que es central al ACE en sí mismo. El segundo, mayormente inspirado por el porta-antorchas de Mises, F A Hayek, tenía que ver con “una objeción epistémica al socialismo” en lo concerniente a a la planificación centralizada o a nivel social amplio y al carácter disperso del conocimiento entre actores económicos en una economía. Aunque estas dos corrientes diferentes del discurso se hayan conducido a lo largo de líneas relativamente independientes, argumentaré más adelante que ellas están sin embargo orgánicamente vinculadas. De hecho, mucho de lo que es demostrablemente falso acerca del ACE brota de un supuesto mal concebido y miope de que el socialismo solo puede ser una economía centralmente planificada, una aseveración que el mismo Mises promovió sin cesar. Esto, sin embargo, efectivamente excluye la posibilidad de una visión espontáneamente ordenada o descentralizada del socialismo, la única que, según mantendré, supera decisivamente las objeciones al socialismo suscitadas por el ACE.

2 UN EJEMPLO ILUSTRATIVO

¿De qué es lo que trata el ACE exactamente? Para elucidar sus supuestos centrales será de ayuda utilizar un ejemplo hipotético, aunque altamente simplificado.

Asumamos que una fábrica en el socialismo manofactura un bien particular de consumo X. Asumamos que para manofacturar X solo dos clases de insumos son necesarios, A y B; supongamos entonces que hay 3 clases diferentes de métodos para producir 1 unidad de X, los cuales involucran 3 combinaciones diferentes de A y B, como sigue:

El Método 1 requiere 9 unidades de A y 10 unidades de B, el Método 2 requiere 10 unidades de A y 9 unidades de B, el Método 3 requiere 10 unidades de A y 10 unidades de B.

Esto hace surgir la pregunta: ¿Qué método debería escoger esta fábrica para producir una unidad de X? Uno podría argumentar que tendría sentido usar el menor número de factores posible para producir una cantidad determinada de X que deje más recursos para hacer otras cosas. Esto alude a lo que los economistas llaman “costo de oportunidad”. El costo de oportunidad de hacer algo es la mejor alternativa que se abandona como resultado. Si se usa cierta cantidad de recursos para hacer una cosa entonces habrá que renunciar a la oportunidad de usar esos mismos recursos para producir otra cosa. Al minimizar los costos de oportunidad se maximiza la cantidad de recursos que pueden ser usados para otros propósitos.

En términos de nuestro ejemplo, esto requiriría que nuestra fábrica rechazara de entrada el método 3. ¿Por qué? Por que aunque el método 3 usa el mismo número de unidades de B que el método 1, este utiliza más unidades de A. Por otro lado, al compararlo con el método 2, utiliza el mismo número de unidades A, pero más de B. De manera que los dos métodos son más “técnicamente eficientes” que el método 3. Esto significa que ellos no hacen más uso de A o de B que el método 3, mientras que hacen uso de al menos un insumo menos que el método 3. En otras palabras, no hay un costo de oportunidad involucrado al rechazar 3 en favor de 1 o 2, asumiendo que el producto resultante es idéntico en ambos casos. Sin embargo, es posible que el método 3 pueda resultar en una ligeramente superior calidad de X debido a la unidad adicional de A o B utilizada (en comparación con el método 1 o 2) en cuyo caso se puede incurrir en un costo de oportunidad pequeño.

Todo esto es bastante claro, y los proponentes del ACE no sugieren que una economía socialista no pueda discernir si un método de producción es más – o menos – técnicamente eficiente que otro. Una economía socialista no tendrá problemas en rechazar el método 3. El problema surge cuando vamos a escoger, en el caso de nuestro ejemplo, entre los restantes métodos 1 y 2. ¿Cómo sabremos cuál de estos dos métodos hace menos uso de los recursos, liberando por lo tanto más recursos para otros usos? Aquí encontramos una noción diferente de eficiencia – a saber, eficiencia económica. De acuerdo con el ACE, esto requiere que comparemos directamente A y B reduciéndolos a un común denominador de manera que podamos seleccionar la combinación menos costosa de A y B – método 1 o método 2 – para producir una unidad de X. Se argumenta que para eso es necesario un sistema de precios, permitiendo que las unidades A y B sean costeadas en términos de dinero. Así, si una unidad de A cuesta 1 dólar y una unidad de B cuesta 2 dólares, el costo total de producir una unidad de X usando el método 1 sería de 29 dólares, y de 28 dólares usando el método 2. Por lo tanto, sería recomendable que la fábrica seleccionara el método 2 como la “combinación menos costosa” de insumos A y B.

El problema es que una fábrica socialista no podrá recurrir a precios monetarios para tomar tales “decisiones racionales”. El socialismo está basado en la propiedad en común de los medios de producción. Según Mises, sin propiedad privada en los medios de producción, y sin haber precios monetarios reflejando la escasez relativa, los tomadores de decisiones socialistas serán incapaces de calcular racionalmente la mejor asignación de estos insumos de una manera que asegure la eficiencia económica. En otras palabras, ellos serán incapaces de comparar los procedimientos de cualquier actividad económica con los costos incurridos para determinar si valía la pena o no -es decir, si produce un “ingreso neto”. Lo más probable es que estos tomadores decisiones irán “tanteando en la oscuridad” y seleccionarán las combinaciones más costosas de insumos, en vez de las menos costosas, y así usarán más insumos de lo que sería el caso si recurrieran a tal sistema monetario de precios. El efecto cumulativo de tal toma de decisiones económicamente ineficientes será el de precipitar una abrupta caída en la producción y en los estándares de vida, resultados que hacen improbable que la población los acepte. De ahí la aseveración de Mises de que “el socialismo no es un sistema realizable de organización económica social, por que carece de cualquier método de cálculo económico.”3

3 CRÍTICAS PRELIMINARES DEL MODELO MISEANO

A primera vista el ACE parecerá altamente plausible. Sin embargo una inspección más de cerca podrá discernir grietas muy finas en el mismo cimiento de este modelo que lo vuelven altamente vulnerable a una crítica sostenida. Consideremos algunos de estos defectos antes de volver nuestra atención a la organización de la producción y la asignación de bienes de producción en una economía socialista.

Según Mises y la Escuela Austríaca de Economía, el valor de los bienes y servicios es nesariamente subjetivo y no está inherido en el bien o servicio en cuestión; los costos económicos son esencialmente subjetivos, los costos de oportunidad y las preferencias de utilidad solo pueden ser expresadas a lo largo de una escala ordinal – es decir de un ranking – en oposición a una escala cardinal, la cual implica medición precisa. ¿Cómo pues llegamos a los datos necesarios sobre los que se enuncia un sistema de cálculo económico? Salerno lo plantea así. El problema con el socialismo, asegura él, es que carece de “un genuino proceso social de mercado competitivo en el que todos y cada uno de los recursos escasos reciben una estimación objetiva y cuantitativa de precios en términos de un común denominador reflejando su importancia relativa en servir las preferencias (anticipadas) de los consumidores. Este proceso de estimación social de mercado transforma el conocimiento sustancialmente cualitativo acerca de las condiciones económicas adquiridas individual e independientemente por los empresarios en compentencia, incluyendo los estimados de las inconmensurables valuaciones subjetivas de los consumidores individuales para la amplia gama de bienes finales, dentro de un sistema integrado de razones objetivas de cambio para las miríadas de factores de producción, originales e intermedios. Son los elementos de esta estructura coordinada de estimaciones monetarias de precios para los recursos, en conjunción con los precios futuros estimados de bienes de consumo, los que sirven como datos en los cómputos empresariales de ganancia que deben subyacer a una asignación eficiente de recursos.”4

¿Pero qué es lo que realmente sucede en este “proceso de transformación” por medio del cual las “inconmensurables valuaciones subjetivas” de los individuos vienen a ser expresadas como razones de intercambio objetivas, o precios? ¿Es cierto que estos últimos capturan las primeras? Hay algo de substancia en la afirmación de que tal es el caso, por la razón de que es obvio de que si alguien está dispuesto a pagar un precio por un bien, él o ella deben de ipso facto valorar subjetivamente tal bien. De otro modo no habría surgido la “voluntad de pagar”. Pero claro, en una economía de mercado en la que la “voluntad de pagar” no es suficiente; los medios de pago – el poder adquisitivo – son el requerimiento crucial, y es solo la voluntad de pagar respaldada por poder adquisitivo la que realmente afecta a los precios. A esta los economistas la llaman “demanda efectiva”(presumiblemente para diferenciarla de la “demanda inefectiva”). La valuación subjetiva que un mendigo hace de una comida completa puede ser considerable, pero en la ausencia de medios de pago para tal comida, esta no cuenta para nada. En pocas palabras, no se puede razonablemente decir que las valuaciones subjetivas que los individuos hacen de los bienes estén capturadas o incorporadas en los precios objetivos que tales bienes atraen en el mercado. De hecho, uno podría añadir que sugerir que realmente lo hacen contradice directamente un mito clave de la economía burguesa – a saber, de que nuestros deseos son “esencialmente infinitos” y de que nuestros recursos para satisfacerlos son limitados.

Se podría objetar que aunque no se intente “cuantificar” nuestros deseos como tales (a lo largo de una escala cardinal), el precio sin embargo refleja nuestras valuaciones subjetivas en tanto que arroja luz sobre nuestras preferencias (a lo largo de una escala ordinal). Así, si preferimos rosbif a una hamburguesa de McDonald’s, esto se verá reflejado en el mayor precio que estaremos dispuestos a pagar por tal artículo. Usted podrá preferir rosbif, pero después de consultar con su billetera puede que compruebe, para su consternación, de que se tendrá que resignar con una hamburguesa.

Aunque de acuerdo con la economía convencional, la demanda efectiva determina el precio en conjunción con la oferta de bienes demandados, esta demanda efectiva está distribuida desigualmente en virtud de la desigual distribución del ingreso.

Los austríacos responderán a esto argumentando que tales diferenciales reflejan las valuaciones que los individuos hacen sobre diferentes ocupaciones y las diferentes contribuciones que ellos hacen a la sociedad (“sociedad” que justamente les “recompensa” por ello) pero no hay manera de probar esta afirmación, ya que tales valuaciones están sujetas ellas mismas a las limitaciones de la “demanda efectiva”. El “sistema integrado de razones de intercambio objetivas” (precios) de Salerno refleja, o es condicionado, por esta distribución desigual de la demanda efectiva. Así, los bienes de lujo pueden ser “valuados” más altamente – atraer precios más altos – que la comida para los hambrientos, por que una élite acaudalada tiene un poder adquisitivo vastamente superior a su dispocisión con el cual pujar en forma competitiva, y así empujar el precio de los primeros por encima de los últimos.

Debemos de tomar estos puntos en cuenta al considerar los méritos – o desaciertos – del ACE; este se basa en supuestos datos objetivos que están fundamentalmente sesgados y que no puede decirse que correspondan verdaderamente con las valuaciones subjetivas de los actores económicos en el mercado, como se afirma. Creer lo contrario es caer en la Falacia de la Composición – la ilusión de que lo que es cierto para cada parte del todo debe ser cierto para el todo. Este es un error que falla en ver las interrelaciones entre las diferentes partes del todo.

B) ¿A qué nos referimos con “costos”?

D R Steele sostiene que “El costo total de producir algo es el efecto total en reducir la producción de otras cosas debido a los factores usados. A esto nos referimos con ‘costo de producción’. Es esto lo que queremos minimizar cuando producimos algo”5. Como vimos antes, esta definición de costo se iguala con costo de oportunidad. Los costos de oportunidad a menudo se contraponen con los costos contables. Se dice que los últimos denotan los costos explícitos representados por los desembolsos en efectivo que una firma hace al adquirir sus insumos, mientras que los primeros están asociados a costos implícitos u ocultos, y puede que sea difícil o imposible cuantificarlos, o siquiera de conocerlos completamente. Por ejemplo, el costo de oportunidad de gastar dinero en una nueva escuela puede ser el de no gastar ese dinero en mejorar el servicio de ambulancia local, lo que podría significar más vidas salvadas. ¿Pero como se evalúa el costo de una vida?

Regresando a nuestro ejemplo del bien de consumo X, podemos ver que el ACE se basa una noción de costo contable, en vez de costo de oportunidad, a pesar de la copiosa falsa alabanza que hace del último. Esto se debe a que involucra comparar desembolsos explícitos de dinero a ser hechos en diferentes combinaciones de A y B para llegar a la nocional “combinación de menor costo”. Ciertamente que hay un costo de oportunidad en tomar tal decisión. Esto no hace falta mencionarlo, pero este ejemplo de cálculo económico no se ocupa de esto. No está midiendo lo que se abandona por una fábrica al optar por producir una unidad de X utilizando el método 2. Escoger una combinación de menor costo de factores tiene que ver esencialmente con costos contables, no con costos de oportunidad. Siendo esto así, uno se podría preguntar como ayuda esto para calcular “el efecto total en la reducción de producción de otras cosas debido a los factores usados”. Reconocer que hay, téoricamente hablando, un efecto total, no es lo mismo que decir que esto es lo que está realmente siendo medido en forma precisa. Aun más, ¿quién decide cual es “la mejor alternativa abandonada”? La preferencia de una persona puede no ser la de otra. Tales consideraciones se esconden debajo de la alfombra por el ACE.

Sin embargo, es en el punto de la “medición precisa” en el que el ACE enfatiza sus alegatos. Como Steele apunta: “En este caso es una casualidad que solo haya que saber cual es ‘más’ o ‘menos’, pero esto es accidental, debido a la manera en que se escoge el ejemplo. Generalmente es necesario saber cuánto de más o menos. Por ejemplo, si la decisión fuera entre el método en que se utiliza 4 libras de caucho y 4 libras de madera, y el método en que se usa 5 libras de caucho y 3 de madera, no será suficiente saber que la madera es más costosa por peso que el caucho, necesitamos saber cuánto más costosa.”6

Ciertamente, los costos contables pueden ser sometidos a un “cálculo exacto” utilizando precios monetarios, pero la pregunta es ¿qué es exactamente lo que se está contabilizando con tal proceso? “Medición precisa” no nos dice mucho, un juego de monopolio indica medición precisa, pero nadie sugeriría que detrás de esto hay un discernimiento especial que sería de tontos ignorar. ¿Qué es lo que se mide exactamente al utilizar costos monetarios?

El ACE afirma que una economía socialista sería incapaz de escoger racionalmente entre diferentes combinaciones de factores para llegar a una combinación de menor costo. En respuesta a la obvia contestación de que una economía socialista no se ocuparía de los costos en su forma monetaria, se podría argumentar de que aun así será necesario llevar la cuenta de los costos de otra manera, y que son precisamente estos costos sustantivos – o si se prefiere, costos del “mundo real” – los que el mecanismo de precios es capaz de representar fielmente, a través de su patrón de razones objetivas de intercambio. ¿Pero cómo puede probarse esto? Para demostrar que este es el caso uno necesitaría probar una correlación entre estos “costos sustantivos” y sus representaciones monetarias. Uno solo puede demostrar que tal correlación existe comparando las medidas de unos contra las de los otros. Pero esto representa un problema para el ACE, ya que, al hacer esto, uno habría mostrado en forma inadvertida que los costos pueden ser independientemente medidos y calculados sin recurrir a precios de mercado.

Esto coloca a los partidarios del ACE en una posición incómoda, ya que el fracaso en demostrar una putativa relación entre estos costos sustantivos y sus supuestas representaciones de mercado demuestra que el único apoyo que tienen es una tautología: que solo una economía de mercado es capaz de realizar cálculos económicos expresados en precios de mercado. El mismo Steele trata de evadir este argumento con la afirmación tendenciosa de que es “paralelo a argumentos que se han levantado frecuentemente contra las teorías generales. De manera que cada uno o dos años algún nuevo genio descubre que la teoría de Darwin de la selección natural carece de significado, por que dice que los más aptos sobreviven, pero no hay manera de medir quién es el más apto, excepto al ver quienes sobreviven.”7 Pero por supuesto, tal analogía es completamente inadecuada. La relación entre ‘aptitud’ y ‘supervivencia’ es de tipo causal, lo que simplemente no se aplica en este caso. Lo que aquí está involucrado no es algo tan grandioso como una “teoría general” sino una simple proposición concerniente a una supuesta correlación estadística entre dos grupos de datos, sin que la causalidad sea invocada en manera alguna.

Finalmente, si el ACE es realmente sobre costos contables en vez de costos de oportunidad como tales, entonces presumiblemente tenemos una base sólida para probar la proposición de que un sistema de precios de mercado puede calcular fielmente los costos incurridos en las decisiones de producción. Aquí nos referimos a los costos en su sentido positivo, no a las oportunidades abandonadas. Es evidente que en este caso los cálculos basados en precios de mercado resultan lejos de ser adecuados. Existe una enorme literatura sobre externalidades y efectos de derrame que ilustra este punto muy bien. Será suficiente decir que en una economía de mercado competitiva siempre habrá obvios incentivos estructurales para que las firmas competitivas externalicen sus costos siempre que sea posible, o hasta el punto en que logren salirse con la suya. Los costos de contaminación son un ejemplo de esto, y necesitan típicamente de la acción del estado para imponer multas sobre la firma ofensora en cuestión, en interés de otras firmas que puedan tener que recoger en forma indirecta los costos. Los “costos sociales” son otro ejemplo. Una firma puede considerar necesario despedir parte de su fuerza de trabajo para reducir sus costos de producción y permanecer competitiva. Sin embargo, la reducción de los costos laborales tiene costosas implicaciones para los trabajadores involucrados, y para la sociedad en general, que tienden a no ser contabilizados en la hoja de balance general de la compañía.

Se ha intentado evadir el problema de las externalidades y de los efectos de derrame a través de la aplicación de conceptos como “voluntad para pagar” (VPP) y “voluntad para aceptar” (VPA). Tales conceptos son problemáticos, y proveen de poco alivio a los proponentes del ACE. La VPP tiene que ver con lo que la gente está preparada a pagar para mitigar o evitar algún efecto indeseado, mientras que la VPA se refiere al nivel de compensación financiera que ellos estarían dispuestos a aceptar para soportar tal efecto. Los economistas, en su mayoría, tienden a considerar los costos involucrados en ambos casos como aproximadamente equivalentes, pero hay evidencia considerable basada en encuestas que sugieren que tal no es el caso – no de acuerdo a las “valuaciones subjetivas” de la gente sobre las pérdidas y ganancias ambientales.8 De hecho, las pérdidas ambientales tienden a ser más altamente valuadas que las ganancias ambientales, aun cuando estén involucradas similares cantidades de dinero. Hay otro número de problemas asociados con estas técnicas (por ejemplo: la tendencia a subestimar el valor futuro de los recursos; el problema de los valores que no son de uso, y los valores sobre opciones sobre las que la persona no hace uso, o quizá solo lo haga en una fecha posterior) todo lo cual subraya las fallas de las valoraciones de mercado, fallas que el ACE tiende a ignorar.

C) El problema del “ingreso neto”

Según el ACE, no solo es necesario descubrir la combinación menos costosa de insumos requeridos para producir un bien determinado. También es necesario asegurar que el ingreso obtenido de la venta de este bien es suficiente para cubrir los costos de producirlo. Esto solo se puede hacer asociando precios a los insumos de la firma (A y B en nuestro ejemplo) como también a su producto (bien X).

El “ingreso neto” es la diferencia neta entre el ingreso de una firma y sus costos. Al ingreso neto positivo se le conoce usualmente como ganancia; al ingreso neto negativo como pérdida. Mises lo plantea así: “Cada paso de las actividades empresariales está sujeto al escrutinio del cálculo monetario: La premeditación de la acción planeada se vuelve pre-cálculo comercial de costos esperados e ingresos esperados. El establecimiento retrospectivo del resultado de la acción pasada se convierte en ganancias y pérdidas contables”.9

Este enunciado es revelador, por que enuncia una falla seria en el ACE. La capacidad de computar ganancias y pérdidas es lo que en teoría asegura la eficiencia – es decir una lucrativa – asignación de recursos. Pero resulta que no asegura nada de eso. Solo por que un sistema de precios de mercado le facilite a uno un conjunto de cifras con las cuáles realizar cálculos precisos, eso no significa que esas cifras resultarán ser correctas – es decir, que guiarán infaliblemente al empresario hacia un ingreso neto positivo.

Steele lo plantea así: “Como todas las decisiones de producción son sobre el futuro, y el futuro es siempre incierto, los tomadores de decisiones deben de adivinar, jugar con corazonadas, y seguir sus experimentadas narices”10 y “En el mercado los empresarios anticipan, especulan, agonizan, adivinan y toman riesgos. Ellos frecuentemente realizan elaborados cálculos, conscientes de que el resultado de tales cálculos es solo tan bueno como los supuestos en los que se basan. Siempre envueltos en una nube de ignorancia, los tomadores de decisiones de mercado luchan por discernir los indefinidos contornos de las cambiantes formas que aparecen ambiguamente entre la niebla”.11

Esto parece lo suficientemente claro, pero curiosamente Steele se siente impulsado a preguntar: “¿Acaso el hecho de que la producción es realmente guiada por estimados de ingresos futuros, y no por la lectura de precios presentes/recientes destruye la fuerza del argumento de Mises? Aparentemente no, por dos razones: 1. Los precios pasados son una guía que ayuda a la gente a hacer estimados más exactos (aunque siempre falibles) de los precios futuros; y 2. los estimados de los precios futuros son eventualmente confirmados o refutados. Hay una prueba objetiva de la exactitud de los resultados: pérdida o ganancia.”12

El primer punto de Steele como que debilita su afirmación previa de que la producción no puede guiarse por los precios presentes/recientes, y no parece ser capaz de decidirse sobre la relevancia de estos últimos. Él mismo admite que los empresarios pueden calcular las cosas espectacularmente mal al basarse en precios presentes/recientes – la crisis energética de los años 1970’s es un caso que cabe mencionar. Hay que notar también que los precios presentes/recientes son un record de costos contables, no de costos de oportunidad, y por lo tanto no arrojan mucha luz sobre las oportunidades dejadas de lado al tomar decisiones de producción, ya que las últimas son una “referencia tácita al hipotético ingreso futuro, que solo puede ser adivinado.”13

El admite que los empresarios son falibles, y sin embargo no parece ver la inconsistencia entre admitir esto y afirmar que el sistema de precios asegura un “cálculo exacto”.

El segundo punto de Steele – de que hay una prueba objetiva de la exactitud de los estimados empresariales – es presumiblemente el más importante, pero aun así, no se sostiene. Recordemos que lo que buscamos es alguna manera confiable de guiar a los empresarios a tomar decisiones de producción acertadas en lo que respecta al ingreso neto en el futuro – de otra manera no tendría mucho sentido en seguir insistiendo sobre la en la necesidad de un “cálculo exacto”. El hecho de que el proceso de mercado es retrospectivamente “auto-correctivo” en eliminar o en dejar en la bancarrota a las firmas que se equivocan (que incurren en pérdidas económicas) al hacer sus estimados sobre el futuro es completamente irrelevante. Las pérdidas son pérdidas, como dice el dicho. Y más importante aun, no hay garantía de que aquellos empresarios que tuvieron la fortuna de estimar los precios futuros correctamente podrán continuar haciéndolo.

Hay que enfatizar que no estamos hablando de algún proceso selectivo en funcionamiento que refine incrementalmente las habilidades de los empresarios para realizar generalmente juicios económicos acertados, como parece que Steele sugiere. Si este fuera el caso, entonces la historia de la economía de mercado se manifestaría con una progresiva reducción de la incertidumbre y el riesgo.

En otro tema, cuando Steele se refiere a la pérdida o ganancia como una prueba objetiva de la exactitud de los estimados de los precios futuros, uno presume que con “ganancia” él se refiere aquí a ganancia contable o ingreso neto. Sin embargo, esto es un poco confuso. Esto se debe a que él utiliza el término en otro sentido más especializado. El retorno de un empresario sobre su capital, asegura él, es llamado “interés” (o lo que llamaríamos comúnmente ganancia) y cuando éste es igual a su ganancia contable “esta no es una ganancia en un sentido estricto económico. La verdadera ganancia es un retorno superior al interés”.14 Lo irónico es que tal ganancia solo puede darse cuando la economía se desvía del modelo abstracto de competencia perfecta y de la eficiente asignación de los recursos. Cómo Lachman observa “las ganancias se obtienen cuando hay diferencias precio-costo; ellas son por lo tanto un típico fenómeno de desequilibrio”.15 Así, según la teoría de los partidarios del libre mercado, con la que explican como el mercado se comporta, las mismas imperfecciones que ellos deploran (como las tendencias monopolísticas) “son de hecho dinámicas generadoras de ganancias en el sistema económico. En otras palabras, las imperfecciones del mercado son la principal fuente de ganancia en la economía”.16 Tal ganancia, como Steele señala, es el resultado del empresario anticipándose al mercado, y beneficiando a la sociedad en el proceso. Presumiblemente, tales beneficios no se darían en el idealizado (y completamente irreal) modelo competitivo del libre mercado al que los defensores del libre mercado tratan de realizar, y lo que es necesario más bien es un modelo menos competitivo en el que a las distorsiones de precio se les da más libertad de juego. Pero esto, por supuesto, socava un importante supuesto del ACE acerca de la necesidad de que se le de libertad a las fuerzas del mercado para asegurar la “exactitud” de los precios de mercado.

Según el ACE, en la ausencia de precios de mercado que permitan a los emprendedores hacer cómputos de ganancia y pérdida, la eficiencia económica no puede ser asegurada. Esto, se argumenta, es incompatible con el mantenimiento de una desarrollada infraestructura económica. Sin embargo, hemos visto cuan problemáticos pueden ser tales cómputos de ganancia y pérdida en el mundo real, a pesar de la evidencia de una infraestructura económica desarrollada alrededor de nosotros (a la que los proponentes del ACE se deleitan en señalar y en atribuir al mercado). Esto sugiere que debe de haber algo seriamente equivocado en la teoría misma.

En cualquier caso, la afirmación de que una economía socialista necesitaría ser capaz de calcular un “ingreso neto” en algún sentido no se sostiene al escrutinio. La noción de “ingreso neto” de hecho se deriva simplemente de los requerimientos funcionales del capitalismo para realizar una ganancia a través de un intercambio de mercado, esto significa que es una necesidad específica de un sistema. Ciertamente éste requiere que los insumos y productos se reduzcan a un común denominador para facilitar la comparación, y por lo tanto asegurar que cuando una mercancía se intercambie por otra, ellas sean equivalentes. De hecho, las transacciones de mercado necesitan de tal equivalencia. Sin embargo de esto no se sigue que este tipo de comparaciones haciendo uso de un común denominador serán requeridas en una economía socialista. En tal economía, “el intercambio económico” de cualquier tipo no se aplicará más. Ni será necesario determinar si ‘más’ o ‘menos’ de riqueza en general estaría siendo creada de la que se habría usado en el proceso de producción de tal riqueza, por la simple razón de que el concepto de riqueza “en general”, una noción completamente abstracta y cruda de riqueza agregada, no tiene uso práctico en sí misma, y carecería completamente de sentido fuera del contexto del intercambio de mercancías. Hay que enfatizar que esto no significa que una economía socialista no tendrá manera de asegurar que los recursos serán asignados en forma eficiente (lo cual consideraré más tarde) solo significa que esta economía no necesita operacionalizar esta noción totalmente insatisfactoria de “ingreso neto” para lograr la asignación eficiente.

D) Estimando los efectos negativos de la mala asignación

Mises era claramente inflexible en su postura de que el socialismo no podía llevarse a la práctica por que carecía de algún método de cálculo económico. La implicación de tal afirmación es que el efecto de no poseer tal método sería tan devastador como para prevenir que el socialismo se hiciera alguna vez realidad. Sin embargo, como Bryan Caplan señala, esto contradice la propia afirmación de Mises de que “la teoría económica solo ofrece leyes cualitativas, no cuantitativas”.17 De acuerdo con Mises en La Acción Humana (citado en Caplan) “la economía no está, como los ignorantes positivistas repiten una y otra vez, rezagada por que no sea cuantitativa. No es cuantitativa por que no hay constantes”. Pero si tal es el caso ¿Cómo se podrían cuantificar los efectos negativos de esta supuesta mal asignación en una hipotética economía socialista y llegar a concluir de que sería tan severa que impediría la factibilidad del socialismo?

El argumento miseano parece descansar en la afirmación de que hay un número finito de opciones en lo que respecta al uso de los insumos que llevarían a una asignación eficiente, mientras que hay una infinidad de opciones que harían que esos insumos fueran mal asignados. Lo más probable es que sin los medios para hacer cálculos económicos, los tomadores de decisiones en una economía socialista escogerían una de las últimas opciones. Según lo plantea Mises, el cálculo económico “provee de una guía en medio de la multitud desorientadora de posibilidades económicas. Nos permite extender los juicios de valor que solo aplican directamente a los bienes de consumo -o al menos a los bienes de producción de órdenes más bajos – a todos los bienes de órdenes más altos. Sin él, toda producción que se realiza por métodos largos e indirectos implicaría muchos pasos en la oscuridad… Y tenemos entonces una comunidad socialista que debe cruzar el océano entero de posibles e imaginables permutaciones económicas sin la brújula del cálculo económico.”18

Sin embargo, como veremos más tarde, una economía socialista será capaz de evitar esa suerte a través de la institucionalización de un conjunto de restricciones que conducirán a los tomadores de decisiones hacia la eficiente asignación de recursos. En cualquier caso, la afirmación de Mises de que la falta de una brújula confiable para orientar a los tomadores de decisiones podría tambien dirigirse al capitalismo de mercado. Esto es lo que puede inferirse de la Teoría del Segundo Óptimo formulada por Richard Lipsey y Kevin Lancaster en 1956.19 Al considerar el modelo de “equilibrio general” de la economía, ellos argumentaron que para que se de el equilibrio (la asignación óptima de pareto), un número de condiciones de equilibrio deberían de cumplirse simultáneamente, de manera que la oferta de todos los bienes sea exactamente igual a la demanda de ellos, el precio de los bienes siendo exactamente igual al costo marginal de producirlos, y la ganancia a largo plazo de todas las firmas siendo igual a cero. Cuando tan solo una de las condiciones óptimas no se satisfaga, entonces el ‘segundo óptimo’ solo puede ser alcanzado desviándonos de las otras condiciones paretianas. Para decirlo en pocas palabras, cualquier distorsión de un precio conduce a que todos los otros precios sean distorsionados debido a las consecuencias para las razones de intercambio en todas las ramas de la economía, y como las distorsiones de precios van a surgir inevitablemente en el mercado, los tomadores de decisiones capitalistas tendrán que lidiar con todo un océano de posibles e imaginables permutaciones económicas en las que la capacidad de realizar cálculos precisos utilizando precios de mercado no servirá de mucho. Esto se debe a que tales precios, conteniendo tales distorsiones, serán casi por definición incapaces de proveer de una guía confiable (en términos de la teoría de precios). Por supuesto, tal noción de “equilibrio general” es una mera abstracción y no tiene base empírica alguna. Aunque Mises reconoció esto, él no pareció percibir las devastadoras consecuencias que esto tuvo para su propia teoría de “cálculo económico”.

La implicación del argumento de Mises es que entre más espacio se le de al libre juego de las fuerzas de mercado, más eficiente y confiable será la asignación de recursos. ¿Puede esta afirmación ser comprobada empíricamente? Se argumenta a menudo de que las así llamadas economías de libre mercado se desempeñan mejor que sus competidoras más intervencionistas de los capitalismos de estado. Pero esto puede deberse a cualquier número de razones diferentes de las del “cálculo económico”: diferencias en las dotaciones de recursos naturales y laborales, la prevalencia de desastres naturales, circunstancias históricas (por ejemplo, conflictos civiles), el problema de incentivos en regímenes opresivos (un punto que Caplan hace) y la dependencia económica (una referencia a la “teoría de la dependencia” y a los argumentos de que el ya desarrollado Primer Mundo sistemáticamente “subdesarrolla” al Tercer Mundo). Está el problema ulterior de desenredar la causa del efecto. Por ejemplo, ¿Es el caso de que las economías relativamente exitosas lo son debido a implementar políticas de libre mercado, o son esas políticas el resultado del éxito económico? Aquellas economías que son más competitivas tienden a ser más favorables al libre comercio por la obvia razón de que tienen poco que temer de la competencia, mientras que a la inversa, las economías menos competitivas o exitosas tenderán a adoptar enfoques más proteccionistas o intervencionistas para proteger sus intereses. De hecho, esto es lo que permitió a Alemania, al final del siglo 19, superar a Gran Bretaña en términos de producción industrial, mientras que la última fue relativamente laissez faire en apariencia. Alemania y otras economías continentales de su tiempo se apoyaron fuertemente en tarifas y otras medidas intervencionistas para construir sus industrias.

El apoyo empírico para la tesis del cálculo económico es por lo tanto notablemente débil. En cualquier caso no hay, nunca ha habido, ni nunca habrá tal cosa como una estricta economía de “libre mercado” en el mundo real. En el mundo real, el mercado opera en tándem con el estado capitalista, variando solo en el grado en que esto sucede. Como Karl Polanyi ha notado: “El camino al libre mercado fue abierto por la intervención estatal, intervención que lo mantuvo abierto y se mantuvo continuada, controlada, y centralmente planificada”.20

E) El costo del cálculo económico

Algo que frecuentemente se deja de lado es que la contabilidad, aunque se ocupe de disminuir costos, es en sí misma un costo significativo. Esto tiene importantes implicaciones para el ACE. Paralelo al sistema de contabilidad física (véase sección 5) lo que tenemos hoy es un complejo sistema de contabilidad monetaria. La contabilidad monetaria es un proceso altamente complejo en el que todas las empresas en una economía capitalista deben comprometerse, aunque cumpla un papel supernumerario en lo que concierne al proceso de organización física de la producción. En anteriores formaciones sociales de clase, el dinero ocupaba un papel secundario en la vida económica de la sociedad; en el capitalismo moderno, sin embargo, su influencia lo llena todo. Su propósito no es asegurar la eficiente asignación de recursos como tal, sino hacer expeditos los intercambios comerciales, al proveer de un equivalente universal contra el cual todas las mercancías se intercambian, permitiendo así el cómputo de ganancias y pérdidas a los actores competidores involucrados en los intercambios de mercado. Por esa razón es que suplantó eventualmente al tradicional sistema de trueque – debido a los obvios fallos estructurales del último, los cuales impedían los intercambios de mercado. Por ejemplo, usted no puede cambiar un cerdo por dos gallinas de su vecino si él o ella ya tiene un abastecimiento de cerdos; pagando en efectivo a su vecino se soluciona ese problema.

Además de obligar a los actores económicos a que se involucren en la actividad monetaria, el desarrollo del capitalismo hizo surgir toda una plétora de instituciones y actividades económicas directa o indirectamente relacionadas con el manejo y circulación del dinero, en vez de en la producción de valores de uso como tales – por ejemplo: bancos, compañías de seguro, departamentos de pago, sociedades constructoras, etc. De hecho, este vasto sector de la economía que prolifera continuamente es el resultado del crecimiento natural de las necesidades sistémicas de un sistema económico centrado en la acumulación competitiva de capital; tales instituciones y actividades surgieron precisamente para servir esas necesidades. Uno podría argumentar que un banco, por ejemplo, desempeña un papel útil al prestar dinero a una fábrica, y así permite a esta última manofacturar cosas útiles que los consumidores en una economía de mercado pueden valorar. Por lo tanto, los bancos no desempeñan una función menos importante que las fábricas en la producción de estas cosas útiles. Pero esto es recurrir a un truco de prestidigitación, es pasar por alto la distinción que hay que hacer entre condiciones específicas en las que una fábrica tiene que operar por fuerza dentro de un sistema económico, y el proceso físico de producción mismo. Es el primero el que está precisamente siendo cuestionado, al que por otra parte los proponentes del ACE dan por sentado, y asumen que está relacionado con el último. Es decir, ellos asumen lo que deben probar: que no se puede operar un moderno sistema de producción sin precios de mercado (y por lo tanto, sin esa clase de instituciones – como los bancos – ligadas con los intercambios de mercado en el capitalismo).

Es la eliminación de tales actividades e instituciones, con lo esencial que puedan ser para el funcionamiento de una economía de mercado, pero improductivas en sí mismas desde el punto de vista de producir valores de uso, o de satisfacer las necesidades humanas, lo que constituye talvez la más importante (pero por supuesto no la única) ventaja productiva que una economía socialista tendría sobre una economía capitalista. La eliminación de este desperdicio estructural intrínseco al capitalismo liberaría una vasta cantidad de trabajo y materiales para la producción socialmente útil en el socialismo. Exactamente cuántos recursos adicionales se harían disponibles para la producción socialmente útil de esta manera es un punto en disputa. La mayoría de los estimados sugiere el doble de recursos disponibles en comparación con el presente.21 Sin embargo, los proponentes del ACE, mientras afirman que el socialismo se hundiría en un abismo de ineficiencia y producción decreciente sin la guía de los precios de mercado, parecen tener una voluntad determinada de negarle al socialismo esta particular ventaja productiva que tiene sobre el capitalismo, al postular la necesidad de instituciones como bancos – o alguna forma análoga de banca en una economía socialista. Esta es una afirmación tendenciosa: es leer torpemente en el socialismo los requerimientos funcionales del capitalismo.

4 EL SOCIALISMO Y LA DISTRACCIÓN DE LA PLANIFICACIÓN CENTRAL

Una de las vacas sagradas de la Izquierda es la idea de la “economía planificada”. Esto puede ser bastante engañoso. Dada la tradicional hostilidad de la izquierda contra el “libre mercado”, esto puede dar la impresión de que el libre mercado es algo contrario a la “planificación”. Pero este no es el caso. El libre mercado está repleto de planes de todo tipo. La diferencia es que las interconexiones o interrelaciones entre esta miríada de planes no es planificada, sino espontánea y anárquica.

La “planificación central” es la propuesta de eliminar toda esta espontaneidad no planificada asimilando los diferentes planes dentro de un solo plan social amplio. Para los apologistas del libre mercado críticos del socialismo, como Mises y Hayek, se da por sentado que una economía socialista sería centralmente planificada en este sentido del término. Se argumenta que esta dirección central de la actividad económica iría necesariamente de la mano con una estructura vertical de mando (a la que Mises llama “el principio del Fuhrer”) para asegurar que las metas de producción se cumplan de acuerdo con el plan central, sin ninguna desviación que pudiera amenazar la coherencia del plan.

Las inevitables consecuencias que fluyen de esto es que una economía socialista no sería dirigida en forma democrática, que el racionamiento central suplantaría al libre acceso y que el trabajo voluntario cedería el paso al trabajo coaccionado. En resumen, ya no estaríamos hablando del “comunismo” o “socialismo” tal como estos términos fueron tradicionalmente entendidos por individuos como Marx, Engels, Morris y Kropotkin.

Está fuera del propósito de este artículo el considerar en detalle la naturaleza problemática de esta particular noción de “planificación central”. Será suficiente con decir que sería logísticamente imposible recopilar toda la información dispersa relacionada con la oferta y la demanda para cada tipo concebible de bien de producción o bien de consumo a lo largo de una economía. En teoría, esto implicaría construir una estupendamente complicada y laberíntica matriz de insumo-producto para acomodar toda esta información, pero aun así, los cambios no previstos como los desastres naturales y los movimientos de población perturbarían seriamente las razones de insumo-producto, con ramificaciones que se extenderían incontrolablemente a cada otra área de la economía. Esto necesitaría de una reformulación completa del plan, y como el cambio es un factor endémico de la vida, se sigue que nunca habría la oportunidad de poner el plan en práctica, habría que confinarlo constantemente al tablero de dibujo, asumiendo que un tablero lo suficientemente grande pudiera encontrarse para tal propósito. Mientras que esto no toca al ACE como tal, se puede ver como un argumento suplementario para demostrar la imposibilidad del socialismo (o comunismo) como una forma de organización económica. De hecho, esto explica por qué los críticos del socialismo mantienen tantas veces que el abandono del mecanismo de precios solo puede funcionar al nivel de Robinson Crusoe: dada la complejidad de la producción moderna es imposible que una sola mente – como la de Crusoe – pueda abarcar la totalidad de las interconexiones que esto implica.

¿Es razonable el supuesto de que una economía socialista implicaría planificación centralizada, o a nivel social amplio? Podría serlo si se demostrara que fue defendida por los proponentes de tal economía. Steele es inequívoco al asegurar que tal es el caso. El cita las objeciones de Marx y Engels a la anarquía de la producción capitalista y a la asignación de los recursos “a las espaldas de los productores”, así como a su defensa del “control social consciente” y la implementación de un “plan social definido”.22 Podría parecer una inferencia razonable de tal lenguaje suponer que lo que Marx y Engels tenían en mente era de hecho la clase de planificación social amplia – o planificación central – a la que Steele se refiere.

Sin embargo, Steele mismo reconoce que la palabra “plan” tiene muchos matices de significado23; podría incorporar un conjunto de intenciones o podría también incluir los medios para ejecutar estas intenciones. Algunos de los puntos que Steele hace contradicen totalmente su afirmación de que Marx y Engels defendieron en forma inequívoca la “planificación central”. Así, el reconoce que “Marx visualiza la administración comunista como una federación de grupos auto-gestionados mayormente ocupados en sus asuntos internos, y colaborando con los comparativamente pocos propósitos que conciernen a todos los grupos”.24 Esta visión del comunismo es incuestionablemente incompatible con la versión de Steele de la “planificación central”.

La referencia a la “anarquía de la producción” es altamente engañosa, y parece que Steele interpretó mal las cosas al asumir que Marx y Engels implicaron con esto el deseo de reemplazar una situación en la que se tiene una miríada de planes (y la interconexión no planificada entre ellos) con un solo plan social general donde el patrón total de la producción es planeado. Al contrario, parece más razonable asumir que con “anarquía de la producción” , Marx y Engels se estaban refiriendo a las ingobernables y ciegas leyes del capitalismo que median en los asuntos humanos y se atraviesan en el camino de las intenciones humanas conscientes. A menudo esta frase está ligada en sus escritos al ciclo capitalista del comercio, el cual es una manifestación particularmente apta de esas leyes ingobernables. Aquí tenemos una perversa situación de “sobreproducción” junto a un incremento de la miseria y la necesidad. ¿Qué mejor medio de expresar la idea de intenciones subjetivas siendo voluntariamente negadas por fuerzas operando más allá del control de esas intenciones?

Más evidencia en apoyo de esta interpretación de “anarquía de la producción” es provista por la afirmación de Engels en Socialismo – Utópico y Científico – de que la anarquía en el capitalismo crece “a una altura cada vez mayor”. Esta es una alusión a la severidad incrementada de las crisis económicas que él imaginaba que ocurrirían en el capitalismo. El hecho de que él se haya equivocado o no en suponer esto no viene al caso. Steele sostiene que Marx y Engels se sucribían a la idea de que había una tendencia inherente en el capitalismo hacia la centralización y concentración – en otras palabras, a una gradual disminución en la espontaneidad no planeada entre las diferentes unidades competidoras en virtud de una declinación en el número de tales unidades competidoras en el mercado. Estrictamente hablando, esto implicaría menos “anarquía” en la interpretación que Steele le da a la palabra; pero como hemos visto en el caso de Engels, tal anarquía tiende a crecer “a mayores alturas”. Claramente esto contradice la afirmación de Steele de que “Para Marx, la anarquía de la producción no es una cualidad emergente del mercado. El mercado no causa la anarquía de la producción. La anarquía de la producción causa al mercado.”25

Pero incluso si Marx y Engels fueron defensores de la planificación central, eso no significa que cada comunista o socialista deba seguirlos. ¿Qué acerca de aquellos que no defienden la planificación central, y de hecho, claramente rechazan explícitamente la idea? En tanto que ellos defiendan una visión de la sociedad futura que implique una multitud de planes interactuando, y una significativa descentralización, esto podría decirse que se ajusta a la noción de Steele de “anarquía de la producción”. La pregunta es si esta anarquía de la producción “causa el mercado”, como provocadoramente sugiere Steele.

Steele tiene poco que decir sobre el asunto, y otros intentos de lidiar con el concepto de una economía sin mercado relativamente descentralizada, tal como el tratado de Kevin McFarlane El verdadero socialismo tampoco funcionaría (Libertarian Alliance, 1992. Economic notes. No.46) han sido ligeros de teoría, o simplemente mal concebidas. Tal es la fuerza de la planificación central en los críticos del socialismo defensores del libre mercado, que ellos encuentran difícil visualizar que éste sea organizado con otra base.

Como sugerí antes, esto tiene profundas repercusiones para la discusión sobre el cálculo económico. No es que el ACE necesariamente implique o descanse en una visión de socialismo que implique planificación central. Sin embargo, en tanto los defensores del ACE sí sostengan tal visión, es precisamente esto, según argumentaré, lo que impedirá reconocer una efectiva respuesta al ACE. Esto es, predicada en una solución que necesita una visión de socialismo que, al contrario, es relativamente descentralizada y espontáneamente ordenada. Es a esta visión a la que finalmente nos volvemos.

5 ANATOMÍA DE UNA ECONOMÍA SOCIALISTA

Por “socialismo” o “comunismo”, como vimos antes, se entendía tradicionalmente a una sociedad sin mercados, dinero, trabajo asalariado o estado. Toda la riqueza sería producida en forma voluntaria. Los bienes y servicios serían provistos directamente para necesidades auto-determinadas y no para la venta en el mercado, estos estarían libremente disponibles para ser tomados por los individuos, sin requerirles a estos individuos que ofrezcan algo en intercambio directo. El sentido de obligaciones mutuas y el conocimiento de una interdependencia universal que surge de esto colorearían las percepciones e influenciarían el comportamiento en tal sociedad. Podríamos entonces clasificar a esa sociedad como siendo construida alrededor de una economía moral y un sistema de generalizada reciprocidad.

El libre acceso a bienes y servicios es un corolario de la propiedad común de los medios de producción del socialismo; donde se tiene intercambio económico se debe lógicamente tener propiedad privada o seccional de esos medios de producción. El libre acceso a bienes y servicios niega a cualquier grupo o individuo la influencia política con la que dominar a otros (una característica intrínseca de toda sociedad basada en la propiedad privada o sociedad de clases). Esto funcionará para asegurar que una sociedad socialista sea dirigida por la base de un consenso democrático. Las decisiones se harán en diferentes niveles de organización: global, regional y local, con la mayor carga de toma de decisiones siendo hecha a nivel local.26 En este sentido, una economía socialista sería policéntrica, no una economía centralmente planificada.

Sobre estas características generales que definen a una economía socialista uno puede identificar un número de características derivadas o secundarias que interactúan unas con otras en una forma coherente, y tienen particular relevancia sobre el asunto de la asignación de recursos. De igual manera que los bienes de consumo, los bienes de producción serán libremente distribuidos entre las unidades de producción, sin un intercambio económico mediando en el proceso. Podemos listar las varias características secundarias interconectadas de una economía socialista de la siguiente forma:

A) Cálculo en especie

El cálculo en especie implica el conteo o medida de las cantidades físicas de diferentes cantidades de factores de producción. No existe una unidad general de contabilidad involucrada en este proceso, como el dinero, horas de trabajo o unidades de energía. De hecho, cualquier sistema económico concebible debe basarse en el cálculo en especie, incluyendo al capitalismo. Sin él, la organización física de la producción (por ejemplo, el mantenimiento de inventarios) sería literalmente imposible. Pero donde el capitalismo se basa en la contabilidad monetaria así como en el cálculo en especie, el socialismo se basa solo en el último. Esta es una razón por la que el socialismo tiene una decisiva ventaja productiva sobre el capitalismo; al eliminar la necesidad de asignar vastas cantidades de recursos y trabajo implicados en el sistema de contabilidad monetaria.

Una crítica del cálculo en especie es que no permite a los tomadores de decisiones comparar los costos alternativos de agregados de combinaciones de factores de producción para llegar a una combinación de “menor costo”. Esto, como vimos antes, está basado en un completo malentendido. En una economía socialista, no habrían necesidad de realizar tal operación. Sin embargo, esto no significa que no será posible comparar alternativas de combinaciones de factores – como el método 1, 2 y 3 en nuestro ejemplo – con otra base, y llegar a una decisión sobre cual es el uso más eficiente, como veremos más adelante.

Otto Neurath fue probablemente el más prominente defensor del cálculo en especie. Neurath escribió un reporte al Concilio de Obreros de Munich en 1919 titulado “De la Economía de Guerra a la Economía en Especie”, al que Mises atacó más tarde. En su reporte, Neurath argumentaba que la economía de guerra de Alemania había demostrado la posibilidad de prescindir también del cualquier forma de cálculo monetario. Sin embargo, en aquel tiempo esa posición estaba algo debilitada por el hecho de que él también se suscribía a un sistema de planificación central. Esto lo hizo vulnerable a los argumentos miseanos en contra de la planificación centralizada que trata sobre los problemas de reunir la información dispersa de los actores económicos en una economía. Neurath cambió en un momento posterior de su vida su concepción centralizada del socialismo y desarrolló en su lugar una “concepción asocianal del socialismo” que implicaba “una descripción descentralizada y participatoria de la planificación socialista”.27

En su debate con Mises, Neurath fue mordaz en su crítica del “pseudoracionalismo” empleado por Mises, y el supuesto equivocado de que las decisiones racionales requieren conmensurabilidad de diferentes valores.28 Esto, como lo señala O’Neill, reduce la toma de decisiones a “un procedimiento puramente técnico” que deja a un lado “juicios éticos y políticos” (como vimos en nuestra discusión de externalidades). Una de la ventajas de un sistema de cálculo en especie es que abre la posibilidad de un enfoque más pulido y matizado a la toma de decisiones, y le da más peso a factores tales como preocupaciones ambientales, muchas veces dejadas de lado en los cálculos de mercado.

B) Un sistema auto-regulado de existencias

El problema con un modelo de planificación centralizada de socialismo es, entre otras cosas, su incapacidad para lidiar con el cambio. Carece de cualquier clase de mecanismo de retroalimentación que permita el mutuo ajuste entre los diferentes actores de tal economía. Es completamente inflexible en este sentido. Una versión descentralizada o policéntrica del socialismo, por otra parte, vence las dificultades. Se facilita la generación de información concerniente a la oferta y la demanda para la producción y consumo de bienes a lo largo de la economía, a través de una red de información distribuida (hoy mayormente computarizada) de una manera que era inimaginable cuando Marx estaba vivo, o cuando Mises escribió su tratado de cálculo económico. Esta información, como veremos, jugaría un rol importante en el proceso de una eficiente asignación de recursos en una economía socialista.

Los sistemas de control de existencias o inventarios, utilizando el cálculo en especie, son, como se sugería anteriormente, absolutamente indispensables para cualquier sistema moderno de producción. Aunque es cierto que ellos operan actualmente dentro de un ambiente de precios, ello no equivale a decir que necesitarán de tal ambiente para poder operar. La clave para una buena administración de existencias es la tasa de rotación de existencias – cuan rápidamente la existencia es sacada de los estantes – y el punto en el cual sea necesario reordenarla. Este también será afectado por consideraciones como los lead times – cuánto se tardará para que vengan existencias frescas – y la necesidad de anticipar posibles cambios en la demanda. Estas son consideraciones que no dependen de una economía de mercado en absoluto. Es interesante notar que Marx escribió en el Capital Vol. II sobre la necesidad que tiene una economía socialista de proveer un colchón de existencias como una salvaguarda para las fluctuaciones en la demanda.

Una típica frecuencia de flujos de información en una economía socialista podría ser como sigue. Asumamos que un punto de distribución (tienda) tiene en existencia cierta cantidad de bienes – digamos, latas de judías horneadas. Por experiencia anterior se sabe que será necesario ordenar aproximadamente 1000 latas a los proveedores al principio de cada mes, ya que si no se hace así, al final del mes las existencias serán pocas.

Asumamos que, por cualquier motivo, la tasa de rotación de existencias se incrementa rápidamente en digamos 2000 latas por mes. Esto requerirá entregas más frecuentes o, alternativamente, entregas más grandes. Posiblemente la capacidad del punto de distribución no sea lo suficientemente grande para acomodar la cantidad extra de latas requeridas, en cuyo caso se optará por entregas más frecuentes. Se podría también aumentar su capacidad de almacenaje, pero esto talvez tome algo más de tiempo. En cualquier caso, esta información será comunicada a los proveedores. Estos proveedores, a su vez, pueden necesitar más hojalata (lámina de acero cubierta de estaño), para hacer más latas, o más judías, para ser procesadas, y esta información puede similarmente ser comunicada en la forma de nuevas órdenes a los suplidores de esos artículos que se encuentran más abajo en la cadena de producción. Y así por el estilo. Todo el proceso es, en gran parte, automático – o auto-regulado – siendo conducido por las señales de información dispersa de los productores y consumidores sobre la oferta y la demanda para bienes, y, como tal, está muy alejada de la burda caricatura de una economía de planificación centralizada.

Se puede argumentar que esto deja de lado el problema de los costos de oportunidad, que está en el corazón del argumento del ACE. Por ejemplo, si el proveedor de judías horneadas ordena más hojalata a los fabricantes de hojalata, entonces esto implicará que otros usos que se le dan a este material serán eliminados en esa cantidad. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la sistemática sobreproducción de bienes de la que Marx habló, es decir, el colchón de existencias, se aplica a todos los bienes, tanto de consumo como de producción. De manera que el aumento de demanda de un consumidor/productor, no necesariamente implicará un corte en el suministro a otro, o al menos, no inmediatamente. La existencia de un colchón de existencias nos proporciona un período de reajuste. Esto nos lleva nítidamente a nuestro segundo punto – a saber, que este argumento deja de lado la posibilidad de que hayan proveedores alternativos de este material o de hecho, para ese caso, sustitutos más disponibles para los contenedores (digamos, plástico). Tercero, y más importante, como veremos, incluso si asumimos el caso del peor escenario: en el que enfrentamos una austera decisión entre tener más latas de judías horneadas y menos de otra cosa, a causa del desvío de suministro de hojalata para la fabricación de latas adicionales – aun así hay una manera de tomar una decisión sensata que pueda asegurar la asignación económicamente más eficiente de recursos en estas circunstancias austeras.

C) La Ley del Mínimo

La “ley del mínimo” fue formulada por un químico agricultor, Justus von Liebig en el siglo XIX. Lo que dice es que el crecimiento de la planta no es controlado por el total de recursos de que la planta dispone, sino por el factor particular que es más escaso. A este factor se le llama el factor limitante. Es solamente mediante el aumento del suministro del factor limitante en cuestión – digamos fertilizante de nitrógeno, o agua en un ambiente árido – que se puede promover el crecimiento de la planta. Esto, sin embargo, conducirá a que sea otro factor el que asuma el papel de factor limitante.

La ley de Liebig puede ser aplicada igualmente al problema de la asignación de recursos escasos en cualquier economía. De hecho, el rechazo de Liebig a la afirmación de que es el total de recursos disponibles lo que controla el crecimiento de la planta encuentra un eco en el rechazo socialista de la afirmación de que debemos comparar los “costos totales” de combinaciones alternativas de factores. Para cualquier combinación dada de factores requeridos para producir un bien determinado, uno de estos será el factor limitante. Siendo todas las cosas iguales, tiene sentido desde un punto de vista económico economizar más aquellas cosas que son más escasas y hacer mayor uso de aquellas que son abundantes. Los factores que se encuentren entre estos dos polos pueden ser tratados respectivamente en términos relativos.

Afirmar que todos los factores son escasos (por que el uso de cualquier factor implica un costo de oportunidad) y, en consecuencia, necesita ser economizado, no es un enfoque sensato para ser adoptado. Una efectiva economización de recursos requiere discriminación y selección; no se puede tratar cada factor de igual manera -esto es, igualmente escaso – o si se hace, esto resultará en una mala asignación de recursos y una ineficiencia económica. ¿Sobre que base se debe discriminar entre factores? Esencialmente, la base más sensata sobre la que hacer tal discriminación es la relativa disponibilidad de los diferentes factores y de esto es precisamente sobre lo que trata la ley del mínimo.

De hecho, uno puede ir más allá. Como una economía socialista sería en su mayor parte una economía auto-regulada, involucrando un considerable grado de mutuo ajuste y retroalimentación, esta sería llevada inevitablemente en la dirección de una asignación eficiente de recursos por el tipo de restricciones aludidas en la ley del mínimo de Liebig. Estas restricciones en el suministro operarían inevitablemente en cada sector de la economía y en cada punto a lo largo de cada cadena productiva. Cuando un factor en particular es limitado en relación a las múltiples demandas que recaen sobre él, la única manera en que puede ser “ineficientemente asignado” (aunque esto en última instancia es un juicio de valor) es escogiendo “incorrectamente” a cual uso final particular debe de ser asignado (un punto que consideraremos en breve). Fuera de eso, no se puede usar mal o asignar mal un recurso si simplemente no está disponible para ser mal asignado (esto es, cuando hay un inadecuado o inexistente colchón de existencias en el estante, por decirlo así). Por necesidad uno se ve obligado a buscar una alternativa más abundante o substituto (lo que sería el comportamiento sensato en esta circunstancia).

La relativa disponibilidad de un factor está determinada 1) por el suministro bruto de ese factor en relación a otros factores en cualquier agregado de factores requeridos para producir un determinado bien, tal como lo revela el sistema auto-regulado del sistema de control de existencias y 2) las razones técnicas de todos estos factores en este agregado, incluyendo nuestro factor en cuestión, requeridas para producir este bien determinado. Esta razón nos dice cuánto de cada factor es necesario, razón que podemos comparar con el suministro de cada factor para llegar a tener alguna idea de la disponibilidad relativa del factor en cuestión en relación con otros factores.

Veamos como esto podría funcionar en la práctica. Digamos que una unidad de un bien Y puede ser producida utilizando 3 unidades del factor M y 2 unidades del factor N. Si hay 6 unidades de M y 6 unidades de N entonces trabajamos fácilmente cual de estos factores – M o N – es el factor limitante. En este caso es M por que si 1 unidad de Y puede ser producida usando 3 unidades de M y solo hay 6 unidades de M, se sigue que solo se puede producir 2 unidades de Y en total (si descartamos N). Por otro lado, si 1 unidad de Y puede ser producida usando 2 unidades de N y hay 6 unidades de N en total esto nos permitiría producir 3 unidades de Y (si descartamos M). Si la demanda total por Y fuera solo de 2 unidades o menos entonces no tendríamos mucho de que preocuparnos. Si la demanda fuera de más de 2 unidades de Y, tendríamos que considerar maneras de incrementar el suministro de Y, por ejemplo, mediante la alteración de la combinación técnica de insumos de manera que requiera menos unidades de M y más de N. En otras palabras, estaríamos reduciendo las restricciones de suministro que M ejerce al limitar el producto de Y. Nótese que todo esto es perfectamente posible sin recurrir en manera alguna a precios de mercado. Nótese también que reconoce y pone en operación el concepto de costos de oportunidad con que el ACE está ostensiblemente preocupado. Así, si deseamos desviar 4 unidades de N fuera de la producción de Y a la producción de cualquier otro bien -llamémoslo Z – entonces sabremos muy bien lo que hemos perdido al haber cortado los suministros de N necesarios para producir Y. Las 2 unidades de N con las que quedamos después de que las otras 4 han sido desviadas a Z solo serán suficientes para la producción de 1 unidad de Y. Mientras que antes podríamos haber producido 2 unidades de Y donde M era el factor limitante, desviando 4 unidades de N a Z significaría, en efecto, que N reemplazaría a M como el factor limitante al producir, y que el costo de oportunidad de desviar 4 unidades de N a Z nos daría la pérdida de una unidad de Y.

Lenta pero inexorablemente vamos cerrando la red alrededor del ACE. Solo falta por identificar una más de las características interconectadas del socialismo para cerrar el círculo completamente.

D) Una jerarquía de necesidades de producción

En cualquier economía es necesario que haya alguna manera de priorizar las metas de producción. En el capitalismo, como hemos visto, esto se hace sobre la base del poder adquisitivo. Desde el punto de vista de las necesidades humanas, sin embargo, esto puede ser extraordinariamente ineficiente. El economista Arthur Pigou argumentaba en su influyente trabajo Economía del Bienestar que es “evidente que cualquier transferencia de ingreso entre un hombre relativamente rico a uno relativamente pobre de temperamento similar, al permitir a los deseos más intensos ser satisfechos a expensas de los deseos menos intensos, debe incrementar la suma agregada de satisfacciones”.29 El punto de Pigou es que la utilidad marginal de, digamos, un dólar, a un hombre pobre valía mucho más que la de un hombre rico. De esa manera, la sociedad como un todo se beneficiaría -esto es, la suma de la utilidad total sería mejorada – si hubiera una transferencia del último al primero. El problema es que esta clase de distribución del ingreso, no importa lo mucho que produzca un resultado palpablemente ineficiente, no solo es una consecuencia, sino un requerimiento funcional de una economía de mercado. De hecho, este es un punto que los defensores del libre mercado hacen rutinariamente. La redistribución, dicen ellos, tiende a socavar la propia estructura de incentivos sobre la que una economía boyante depende.

Es esta grosera desigualdad de la distribución del ingreso, o poder adquisitivo, la que se ha hecho más notoriamente desigual en las recientes décadas, tanto a nivel nacional como global, la que produce un efecto tan profundo en todo el patrón y la composición de la producción en estos días – y la consecuente asignación de recursos subyacente. Esto se refleja en la clase de prioridades de producción que se manifiestan alrededor de nosotros: consumo conspicuo en medio de la pobreza más abyecta. Tal consumo es la piedra angular de un sistema de diferenciación de estatus que, a su vez, provee los fundamentos ideológicos de una dinámica acumulativa capitalista. Es de tal dinámica que el mito de las demandas insaciables florece. La lógica de la competencia económica se expresa como un imperativo económico que compele a las empresas competidoras a buscar y a estimular sin límite la demanda de mercado. El aumento en el consumo produce un aumento de estatus, lo que, a su vez, convenientemente, permite a esas empresas incrementar sus oportunidades de realizar ganancias.

Como Thorstein Veblen sugería en su obra La Teoría de la Clase Ociosa (1925), dentro de esta estructura jerárquica en que la estima social está relacionada con la “fuerza pecuniaria” del individuo, es la forma en la que los que están en la cima ejercen su fuerza pecuniaria lo que provee el significante clave de estima social en este sistema. De ahí que el énfasis esté en el lujo extravagante, que solo los ricos pueden realmente permitirse. Pero como Veblen observa sagazmente, esto no impide que los que estén más abajo en la jerarquía imiten a los que están más arriba – incluso si esto implica desviar y malgastar sus limitados ingresos en vez de satisfacer necesidades más urgentes: “Ninguna sociedad de clases, ni siquiera las de pobreza más abyecta, deja de lado las costumbres de consumo conspicuo. Los últimos elementos que queden de este tipo de consumo solo serán abandonados por la presión de una necesidad directa. Mucha miseria e incomodidad serán soportadas antes de que la última baratija o la última pretensión de decencia pecuniaria sea dejada de lado.”30

La ironía es que incluso una modesta distribución de la riqueza, si fuera posible, mejoraría significativamente el potencial productivo de cientos de millones atrapados en un cenagal de pobreza absoluta por medio de la mejora de sus capacidades físicas y mentales. Para decirlo en forma simple, tal existencia de desigualdad no solo es moralmente ofensiva, es también terriblemente ineficiente.

En una economía socialista de libre acceso, la noción de ingreso o poder adquisitivo obviamente carecería de sentido. Lo mismo sucedería con la noción de estatus basada en el consumo conspicuo de riqueza. Y debido a que los individuos se encontrarían en igual relación con los medios de producción, y tendrían libre acceso a los bienes y servicios resultantes, esto alteraría en forma fundamental la base sobre la cual la escala de preferencias de la sociedad se establezca. Esto resultaría en un enfoque mucho más democrático y consensuado, y posibilitaría un sistema de valores que refleje este enfoque, el cual emergería y le daría forma a esta agenda. Es quizá esto lo que se encuentra tras la noción de una planificación social amplia – algún tipo de enfoque coordinado y acordado en común con el cual establecer las prioridades de la sociedad.

¿Cómo podrían determinarse estas prioridades? Aquí la “jerarquía de necesidades” de Maslow surge en mi mente como una guía de acción. Parecería razonable suponer que las necesidades que sean más urgentes y sobre las cuales la satisfacción de otras necesidades sean contingentes, tomarían prioridad sobre esas otras necesidades. Estamos hablando aquí de nuestras necesidades básicas de comida, agua, saneamiento y casa, y así por el estilo. Esto sería reflejado en la asignación de recursos: las metas de alta prioridad tomarían preferencia sobre las metas de baja prioridad donde se revele (por medio del sistema auto-regulado de control de existencias) que las fuentes comunes de ambos tienen un suministro bajo (esto es, donde las múltiples demandas para tales recursos superen a la oferta de ellos). Buick y Crump especularon, no sin razón, que algún “sistema de puntos” podría usarse para evaluar un rango de diferentes proyectos a los que se enfrentaría tal sociedad.31 Esto proveería ciertamente de información útil con la que los tomadores de decisiones podrían guiarse en las asignaciones de recursos en los casos donde hay que escoger entre usos finales en competencia. Pero los principales mecanismos a utilizar será un asunto que tendrá que ser decidido por la sociedad socialista misma.

CONCLUSIÓN

Hemos visto que una economía socialista necesitaría de algún sistema de prioridades de producción, y cómo se puede llegar a él. Hemos visto como esto impactaría en la asignación de recursos donde la oferta de esos recursos es menor a la demanda de ellos. Hemos visto el mecanismo de un sistema auto-regulado de control de existencias, utilizando cálculo en especie, que nos permitiría rastrear la oferta y la demanda. Hemos establecido que la necesidad de economizar en la asignación de recursos está correlacionada positivamente con su escasez relativa que, a su vez, es una función no solo del suministro bruto, tal como lo revela el sistema autorregulado de control de existencias, sino que es una función de la demanda y de las razones técnicas de insumos involucradas. La comparación de la escasez relativa de los diferentes insumos nos permite operacionalizar la ley del mínimo de Liebig. Habiendo identificado nuestros factores limitantes, podemos someterlos a la guía de nuestro sistema de prioridades de producción para determinar como serán asignados. En pocas palabras, a lo que hemos llegado finalmente es a un sistema coherente y funcional de partes interconectadas que de ninguna manera necesitan del cálculo económico en la forma de precios de mercado. ¿Qué es lo que queda entonces del Argumento del Cálculo Económico? Basado en un conjunto de supuestos altamente irreales de cómo una economía de mercado funciona en la práctica, este ataca lo que es obviamente una burda caricatura de una economía socialista, la que sería imposible de llevar a la práctica, en cualquier caso, por motivos diferentes del cálculo económico. En honor a la verdad, la fortuna del ACE estaba inextricablemente ligada al surgimiento de capitalismos de estado, que posaban como economías socialistas, y que se ofrecían como alternativa al mal llamado libre mercado, que eran el verdadero blanco de su hostilidad. Por esa razón, la relevancia histórica del argumento miseano ha desaparecido, junto con el colapso de estos mismos capitalismos de estado.


Notas

1. D R Steele, chapter 4 2, From Marx to Mises: Post-capitalist society and the challenge of economic calculation (Illinois; Open Court, 1992)

2. J O’Neill, Nov/ Dec 1995 “In partial praise of a positivist: the work of Otto Neurath” , Radical Philosophy no 74; p.30 3)

3. L von Mises, Human Action: A Treatise on Economics (Chicago: Henry Regnery, 1949), p.679

4. J Salerno, 1994 “Reply to Leland B. Yeager on ‘Mises and Hayek on Calculation and Knowledge’”, Review of Austrian Economics 7 (2), pp 111–25.

5. Steele, p.11

6. Steele, p.10

7. D.R.Steele, Libertarian Student vol. 3 no 1, [n.d.], p.7

8http://www.projectcommunis.org/articles/000613.html

9. L von Mises, p. 229

10. Steele, 1992, p.15

11. Steele, p.169

12. Steele, p.16

13. Steele, p.169

14. Steele, p.419

15. L M Lachmann, Macro-economic thinking and the Market Economy (London: Institute of Economic Affairs,1973)

16. D King, The New Right: Politics, Markets and Citizenship” (London: Macmillan, 1987), p.80

17. B Caplan, http://www.gmu.edu/departments/economics/bcaplan/why.aust.htm

18. L von Mises, Socialism: An Economic and Sociological Analysis (Indianapolis: Liberty Fund, 1922), pp. 101, 105

19. R G Lipsey and K Lancaster, “The General Theory of Second Best”, Review of Economic Studies, vol. XXIV , Oct 1956 pp.11-32

20. K Polanyi, The Great Transformation ( Boston,1957), p.140

21. K Smith K, Free is Cheaper (Gloucester: John Ball Press,1988)

22. Steele, p.255-6

23. Steele, p.256

24. Steele, p.316

25. Steele, p.50

26. Socialism as a Practical Alternative (London, SPGB pamphlet, 1994)

27. O’ Neill, p.35

28. O’Neill, p. 31

29. quoted in M Lutz & K Lux, Humanistic Economics: The New Challenge; (New York: Bootstrap Press, 1988), p.132

30. quoted in M J Lee (ed), The Consumer Society Reader ( Oxford: Blackwell Publishing, 2000), p.39

31. A Buick & J Crump, State Capitalism: the Wages System under New Management (New York: St Martins Press, 1986), p. 139

Por Robin Cox 

Robin Cox vive en la Sierra de la Contraviesa, en el sur de España ‘tratando de ser un campesino’, y tiene interés en temas ambientales.

In English

The “Economic Calculation” Controversy – World Socialist Movement (worldsocialism.org)